Hace setecientos días íbamos como locos de farmacia en farmacia buscando mascarillas, entonces a un precio extrañamente alto, porque eran un bien escaso. La escasez ... siempre ha dado lugar a grandes oportunidades, lección bien aprendida por Medina y Luceño, de profesión sus comisiones. Hoy, la mascarilla deja de ser obligatoria en según qué interiores y que sea lo que tenga que ser, después de que poco a poco se haya ido relajando su uso y últimamente ya solo nos la poníamos en la puerta del bar para traspasar esta. Y si entonces poníamos horas de caducidad a las mascarillas, las recientes parecen eternas. Eternas y numerosas; la escasez de aquellos días ha dado lugar a que hoy encontremos mascarillas en todos los bolsillos, cajones de casa y hasta perchas. Hoy mismo hago limpieza e inventario. Lástima que la eliminación de la mascarilla no haya coincidido con la hoguera de San Juan para haber echado a su fuego este símbolo de la pandemia, pero al menos coincide con una de esas fechas con canción –“20 de abril” de Celtas Cortos—y supongo que quedará reseñado en la Wikipedia el acontecimiento. Y como tiene que haber de todo, la retirada de la mascarilla no ha gustado a todos: los feos por razones entendibles y algunos que no lo son por el miedo a que la gente piense que lo son. Hay, al parecer, un síndrome llamado de la “cara vacía”, que afecta sobre todo a los adolescentes y se basa en la inseguridad de estos a descubrir su cara después de tanto tiempo oculta. Supongo que el trastorno irá pasando a medida que aumente el número de caras descubiertas y sean señalados como raros los que la lleven. Pero no sabría decirlo. En fin, este es un buen día para echar una mirada atrás e intentar recordar todas las puertas que hemos traspasado con y sin mascarillas.

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Ana Carabias, profesora, vino anoche en el Liceo a recordarnos que estamos en el año de Nebrija, aquel latinista y gramático que anduvo por nuestras aulas e imprentas, en las que tuvo sus más y sus menos, que de eso habló Carabias. Nebrija, protagonista de un ciclo de conferencias preparadas por sabios del Centro de Estudios Salmantinos, y protagonista del último “Manuscrito” de Luis García Jambrina, que puede ser una referencia para el Día del Libro que tenemos cerca. Imprescindible me parece “Salamanca, Patrimonio Inmaterial”, de Juan Francisco Blanco, director del Instituto de las Identidades, libro extraordinario que irá alcanzando la categoría de tesoro con el tiempo. Para poner a punto alma, corazón y vida localice “Incendio mineral” de Mari Ángeles Pérez López, porque le hará falta. Son algunas sugerencias para la cita librera, de nuevo en la Plaza Mayor y seguramente con lluvia, o sea, como casi siempre. A Nebrija le leyeron ayer en Sevilla en su propia lengua, recorre España con Eva Díaz autora de “El sueño del gramático”, que novela su vida, y hoy le recordará la profesora Ana Castro a través del arte en el Liceo. Cuando Nebrija vivió en Salamanca la olla era menos contundente que la del Siglo de Oro, los chorizos eran negros por falta de pimentón, ya que aún no se había descubierto América, así que tampoco había pimientos, tomates ni patatas; los hornazos eran harina y huevos pasados por el horno, y el heredero al trono tenía participaciones en la Casa de la Mancebía, que recordaremos mucho en las próximas horas. ¡Qué tiempo el de Nebrija!

Me gusta que este Día del Libro se dedique a Aníbal Núñez, poeta “maldito” de Salamanca, que bien merece un reconocimiento así, pero sobre todo ser leído. La suya es una biografía tremenda. De horror en algunos parajes, como la nueva película de nuestra Silvia Alonso, con Álex de la Iglesia. Espero que no espante la cocina de nuestra Verónica Gómez de Liaño al jurado de Máster Chef. Ánimo, paisana, y ánimo a todos los feos. Fuera complejos y mascarillas, que ya toca.

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