“Te conocí, libertad, verde” (Isabel Bernardo)
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Quizás debería tratar de los agrios posos que han dejado las elecciones madrileñas, pero sería un recuelo. ... La actualidad me reclama: no se me van de la cabeza esas dos niñas tinerfeñas, que protejan sus ángeles de la guarda. ¿Y los cientos de miles contagiados de la India, que ni siquiera tienen oxígeno para expirar? Pienso en los seis millones de compatriotas en paro, ERTE, o con su tiendecilla cerrada. Y en los 1,2 millones de hogares españoles con todos sus miembros sin ingresos para pagar la luz, la compra. Los cayucos atestados de seres humanos que no saben nadar...
En estas aparece mi amigo Lizarra, y me espeta: ¿Es que acaso tú puedes encontrar a las niñas, compartir tu oxígeno, remediar el paro, socorrer a los que buscan una vida mejor? No, ¿verdad? Si al menos fueras joven, podrías pensar en un voluntariado. Sé realista, me aconseja. Si tus únicas alegrías de la semana han sido las epopeyas de Isabel Ayuso y del Perfumerías Avenida, déjate de tribulaciones. Y si quieres actualidad, te recuerdo que es primavera y estás a pupilo en una dehesa. Relee ese artículo de Unamuno que custodia en la casa rectoral la experta y delicada Ana Chaguaceda. Es de 1922 y habla de la flor de la encina que por aquí ha brotado y ponle su título a tu sabatina. Va a tener razón Lizarra. Ellas ahora “ofrecen al sol, al sol desnudo de Castilla, sus candelas, como en oficio litúrgico... (porque) un encinar es como un templo”. Miro desde el porche el cruceiro gallego —con musgo y líquenes—, y cómo destaca el Crucificado, en este templo abierto al cielo, contra el fondo verde de la encina próxima, engalanada con sus flores para festejar este precioso mayo.
Esta semana he conocido dos poemarios recién salidos del horno emocional de Luis García Montero (“No puedes ser así”, Visor), y de Isabel Bernardo (“Siempre adentro”. Antología poética 2005-2020. Excma. Diputación Provincial de Salamanca). A García Montero le aprecio tanto como poeta de “la otra sentimentalidad”, como le detesto políticamente. Aspiró a la Presidencia de la Comunidad de Madrid con Izquierda Unida en 2015, cosechando un monumental fracaso. A pesar de que, según su pareja —la sectaria Almudena Grandes—, pertenezco a un país que ella ha motejado “de horteras y borricos”, lo leo y disfruto. Es triste su descripción de “Los poetas”: “Subir al escenario cada vez menos jóvenes,/ bajar las escaleras con torpeza de viejos,/... decir adiós en una fecha rota/ de cualquier almanaque”; y en su propio caso, “pensar en el adiós, y mientras tanto/ seguir con ella un día más/ y besarla en su frío y en sus sílabas/ para buscar el verso que se fue/ por una esquina de cualquier olvido”.
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Mi amiga, poeta, y cofrade gaceta, Isabel Bernardo, reconoce: “Desciendo los párpados y escucho cómo murmuran/ mis adentros y regresan”. Ah, ¡los pordentros!, los penetrales del alma, siempre en reflexión, pero que solo los mejores juglares saben reflejar hermosamente sobre un folio: “Te conocí, libertad, verde,/ sobre el silencio de los campos de mayo, desangrándote/ sin dolor en las amapolas del trigo, en el rocío/ más apacible de la mañana”. Sucede que no quiero parecerme al caballo de otro de sus poemas, “que era acaso viejo y tordo, pero pisaba una primavera (impúdicamente verde)”. No quiero derricias. Sí recordarles —con la versada Asunción Escribano—, que Isabel “es una de las mejores poetas españolas de entre aquellas que tienen por bandera la vida en la naturaleza”.
Unamuno descubrió el campo charro, y se enamoró de esos templos que dijo eran nuestros encinares, a los que también llamó mar de encinas. ¿Fue por su triple dulzura?: “Dulce le parecía a don Quijote el fruto..., la bellota; dulce como el sonido de la dulzaina... que se hace de corazón de encina; y dulce es la vista de la candela”. Añadía que “un hombre de calle y plaza pública pueden recorrer un encinar con los árboles en flor sin reparar en esta, sin percatarse de su floración”. Yo estimo que estas fechas las hay tan cuajadas de amentos, de tonalidades ocre, oro y hasta rojo pardo, que no pueden pasar desapercibidas.
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Aquí es fácil postergar lo prosaico y disfrutar con las emociones nacidas en los adentros de los poetas. En la ladera carean las ovejas; trotan dos hermosos potros —ambos luceros—, que le han nacido a las yeguas del paredaño ; e innúmeros pajarillos vuelan sin tregua desde el madroño, para asomarse curiosos al ventanal. Hoy se han arrejuntado en mi pluma el corazón y la candela.
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