Soy feminista. Desde siempre. Lo llevo en el ADN. Y tal vez porque tengo una edad, sé cómo han cambiado las cosas desde que yo ... empecé a trabajar y a vivir. Entonces había que aguantar estoicamente las baboserías de las jefaturas, esperando no tener que mandar a la mierda a un mandamás y, junto a él, al trabajo al que tanto costaba acceder. O aguantar las bromitas pesadas sobre vestuarios de quien, a lo Schopenhauer, te consideraba un animal de pelo largo e inteligencia corta. Era imprescindible demostrar que hacías las cosas el doble de bien que cualquier hombre (fuera un ceporro o Einstein) solo para que te perdonara la vida y no te mandaran de vuelta a la cocina. Y soportar que te contaran lo muchísimo que te tenían que proteger para que tu vida fuera sensacional, mientras te cortaban las alas. Si siguiera recordando, la lista alcanzaría el infinito y más allá, en unos tiempos donde aún no había Ley de Violencia de Género ni lugar en el que ocultarse para las mujeres maltratadas, y donde las mujeres teníamos asumido que si queríamos ser madres tendríamos que pegarle un frenazo a nuestra carrera profesional (o abandonarla) y que si no queríamos serlo todo el mundo nos miraría como si fuéramos bichos, incluidas algunas congéneres. Las cosas han cambiado. Y aunque yo siempre pensé que llegaríamos a este siglo con la tarea hecha por completo, lo cierto es que no ha sido así. Es verdad que ahora trabajamos más y mejor. Que los acosos laborales ya no son parte de la cultura y que ya no nos consideramos las culpables de todos los males de la humanidad, aunque vengamos estigmatizadas de fábrica con el pecado original. Pero... ¡queda tanto por lograr! Repartir la vida entre dos, evitar las agresiones que ahora se denuncian pero siguen produciéndose, conseguir que las mujeres y los hombres tengan igual acceso al trabajo, que ganen lo mismo cuando hacen lo mismo, que no sea la mujer quien siempre se quede con las ganas de llegar a lo más alto por los techos de cristal... Por todo eso –y mucho más-, rogaría que nadie nos dividiera a nosotras y tampoco nos dejara sin ellos. Que el feminismo fuera realmente inclusivo más que en el lenguaje en posibilitar que quepamos todas y todos. Para eso quedan aún muchas reivindicaciones pendientes. Por eso el 8 de marzo iré a manifestaciones y otros actos, como siempre. Pero no haré huelga porque no quiero parar mi país ni que ningún partido político crea que habla en mi nombre, que puede comprar mi voto con acciones rápidas de última hora u olvidar que no sea consciente de que haré lo que sea para no dar un paso atrás. Feliz día de la mujer.
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