La harina está de moda. Lo ha confirmado el propio ministro de Agricultura, Luis Planas, que nos ha invitado a ver las estanterías de ... las tiendas, de las que ya no vuela el papel higiénico, sino la harina: coincidencia de color. Doy fe del entusiasmo. La harina nace con la civilización y de los molinos, que son las aceñas citadas en las ordenanzas municipales y son las ruinas que pueblan muchos ríos de la provincia, como reliquia de otro tiempo. En el molino de Tejares trabajaban los padres de Lázaro de Tormes, por lo tanto, no muy lejos de la que sería fábrica de harinas de “El Sur”, cuya maquinaria forma parte del casino emplazado junto a la Plaza del Mercado Viejo. A este molino están unidos los Pérez-Moneo tanto como a la industria y la Semana Santa salmantina, y César Santos Allén, casado con una sobrina de Anselmo Pérez-Moneo, Ángela Mirat Pollo, cuya casa, en Espoz y Mina, acaba de ser rehabilitada. Dos industriales imprescindibles en la historia de Salamanca. El precio de la harina soliviantó a los salmantinos de entonces y hasta hubo incidentes muy serios, porque de ella sale el pan, el nuestro de cada día, del que no se puede prescindir y ahí está el lío. No menos importante fue la fábrica harinera de Valcuevo, Hacienda Zorita, casa de retiro dominicana y de Cristóbal Colón, a quien Mariano de Solís, harinero y culto, levantó un monumento civil. el primero de España al descubridor, en medio de un rifirrafe tremendo sobre el papel de la Universidad de Salamanca en el Descubrimiento.

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A lo que vamos, sin harina no hay pan ni torrejas, el “oro que se come”, como dijo Antonio Díaz-Cañabate en “Historia de una taberna”, que son también las de Juan del Enzina, Antonio Civantos o Tita, la protagonista de “Como agua para chocolate”, de Laura Esquivel. Y las de Gonzalo Sendín, o sea, postre imprescindible en su casa. Ya he dicho que algunos pensamos que el Viernes Santo se inventó para comer torrijas, pero me gusta repetirlo. También para los pestiños. Sin harina no los habría. No aparecerían en “La Lozana Andaluza”, de Francisco Delicado, como prestiños, ni tampoco sutilmente en “El Qujote”, cuando se describe las bodas del rico Camacho. Y qué decir del hornazo: imposible hacerlo sin harina. La harina, es, en todo caso, una cosa muy seria, grave, diría, como las letras de Rafael Farina, cuyo apellido aparece vinculado con ella, o el propio farinato, que es gentilicio de los mirobrigenses, nada menos, y es lo que es en parte por la harina.

La harina vuela de las tiendas para hacerse pan, bizcochos, tartas, bollos maimones para el chocolate de la merienda, empanadillas, roscas y roscones, pizzas, galletas... que llenan la casa de olor a tahona mientras sus señorías discuten de nuestra desescalada y el poeta, Antonio Machado, reclama una escalera para subir al madero y quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno. Un Jesús del Gran Poder, un Cristo del Amor y de la Paz, otro de la Luz y una Señora de la Sabiduría eché de menos ayer en el Parlamento. Y a tiempo de todo ello, sabía de la marcha de Manuel Gómez Segado: profesor de Educación Física en los salesianos de María Auxiliadora (mis compañeros se acordarán) durante décadas, jefe de mil y un campamento, y un experto en logística. Un tipo corpulento, consumido estos últimos años, cuya marcha ha dejado desolados a sus hijos, Manuel Luis y Carmen, buenos amigos, y recordando a muchos parte de nuestra infancia. Por desgracia, esto, actualmente, no es harina de otro costal, sino el pan nuestro de cada día.

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