El Halloween de este año ha sido raro con todos en casa, las calles vacías y pocos disfraces en los colegios, aunque quizá debiera ser ... siempre así. Rara ha sido la “subida” de ayer del Mariquelo, Ángel Rufino, igual que lo es el acceso en interminable zigzag al cementerio por la puerta que diseñara José Secall en 1867, cuando aún latía el enfrentamiento entre Ayuntamiento y Obispado por el camposanto. Pueden ser cosas de uno, porque el final de “Antidisturbios”, la serie de nuestro Raúl Prieto, que triunfa en la televisión, también me pareció extraño. Mucho de lo que sucede lo siento fuera de lo común, como ese día de cierre hostelero, que al final se hizo largo, eterno, como las subidas o subidones de entonces a la veleta de la Catedral Nueva, que está ahí gracias a un francés, Baltasar Devreton, que salvó la Torre del derribo, como hizo con otras después del Terremoto de Lisboa. Aquella Torre era hermosa, la más hermosa de España. Un “gran templo en los aires”, dijo de ella Elías Tormo, histórico profesor de la Universidad de Salamanca y político de su siglo. El obligado refuerzo de la base le hizo perder su gracia y de alguna forma la bunkerizó. La extraña “subida” de este año ha recordado al tiempo que vivimos, en el que Katrina, la muerte mexicana, campa a sus anchas de la mano del Covid19.

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Una escritora que manejó muy bien la muerte fue Virgina Woolf, que ayer estuvo en el CAEM de la mano de la gran Blanca Portillo. La pandemia hace que usemos más el CAEM y me parece una buena noticia, como me lo ha parecido el homenaje de la SEMINCI a Charo López. Cuando nuestra actriz comenzaba a deslumbrar en el cine, la Calleja –bajo de las alturas a ras de suelo—era el lugar de referencia hostelero. Siempre se la ha llamado así, Calleja, porque comenzó siéndolo. Llegó a estar cerrada por petición de los vecinos, pero al final fue destino obligado para el alterne. En realidad, está dedicada a Ventura Ruíz Aguilera, que nació el dos de noviembre de 1820, y asesoró a Galdós para escribir su Episodio salmantino dedicado a la Batalla de Los Arapiles, una de las guías de esa Salamanca desaparecida, llamada a ocupar el Cerro de San Vicente: su mejor mirador. Me parece interesante citarlo en este, aún, bicentenario de Galdós. Fue Ruiz Aguilera uno de los destacados de su tiempo, salmantino, político, periodista, escritor...al que recordamos además con una placa a la entrada de la Plaza de San Boal. Hoy, la nueva Calleja, puede ser la calle de Espoz y Mina. Cuando todo esto pase, hay que invitar a Charo a que interprete uno de sus monólogos en esta su casa.

Se cita poco a la Calleja en nuestra literatura, siendo, como fue, una calle principal con su Candil, Roma, Zaguán, Villarrosa y el Café Términus, que fue también Cuatro Estaciones. Lugar en el que se habló mucho, supongo, de literatura en alguna de sus tertulias. Uno de los nuestros, Javier Sánchez Zapatero, acaba de publicar “Arde Madrid”, en el que da una visión de la contienda civil a través de los narradores de esta, algunos de ellos vecinos temporales de Salamanca, pero también nos revela cómo les determinó la Guerra Civil. Sánchez, profesor universitario, es también alma, corazón y vida del ciclo de Novela y Cine Negro junto a Álex Martín Escribá. Creo que la pandemia estará inspirando a escritores y cineastas del género, como nuestros José Luis Muñoz, Jorge García, Christian Furquet, García Jambrina, Celia Sánchez o Carlos de Pando. Me parecería extraño que no fuese así, cuando Katrina parece empadronada en Salamanca y todo es sugerentemente raro.

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