Stephen Hawking intentó resolver la Teoría del Todo. Quería dar con esa combinación, inabarcable y esquiva, que explicase todos los acontecimientos físicos. Al final desistió. ... Gödel tenía razón: no importa cuántos problemas se puedan resolver, siempre habrá nuevos problemas cuya resolución sea imposible con las reglas existentes. Muchos han intentado dar con la fórmula pero todos han fracasado y, de igual manera, todos han coincidido con Pierre-Simon Laplace: si existiera un intelecto con capacidad suficiente para someter todos los datos a análisis, desde el más grande hasta el más pequeño, no existiría la incertidumbre y tanto el pasado como el futuro podrían ser conocidos. Ahora el big data ha sustituido a Dios y el ajedrez económico es un juego de datos al que jugamos todos, queramos o no. En el mundo globalizado en que vivimos tenemos un grave problema y es que carecemos de mamparos estancos que, en caso de catástrofe, nos permitan aislar el mal y limitar los daños.

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Si en el momento en que se detectó por primera vez el virus chino se hubiera impuesto una cuarentena férrea en la que todos los que estaban en China, sin excepción, se hubieran quedado allí, ahora los demás no estaríamos pasando lo que estamos pasando.

Teniendo esto en cuenta no podemos negar que estamos sentados sobre una bomba de relojería. El sol sale cada mañana sin depender de la voluntad de ningún político y la mayoría, mejor o peor, tenemos un plato en la mesa. Aparentemente la sociedad funciona. Pero es solo una falsa percepción. Si mirásemos bajo las enaguas del sistema económico no encontraríamos un bello y lozano cuerpo, sino un cadáver necrosado y sostenido con alfileres.

El sistema está corrupto. El PIB de las naciones, así como los pocos datos que nos ponen delante de las narices, están manipulados hasta el absurdo para que al verlos suspiremos aliviados. Pero ese crecimiento es ficticio; solo es deuda. En el momento en que los bancos centrales dejan de fabricar dinero la economía colapsa. Basta el aleteo de una mariposa para que los muros de nuestros castillos se desmoronen.

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La semana pasada, después de una tediosa agonía, la mariposa Evergrande entró en suspensión de pagos. Este gigante inmobiliario chino, enfangado en un pozo de deuda de 300.000 millones de $, ha dejado en la ruina a más de un millón de personas, sus 15.0000 empleados van a ser despedidos y se calcula que más de novecientas mil empresas (incluidos bancos y fondos de inversión tanto chinos como extranjeros) se verán directamente afectadas. Apenas trasciende alguna información de lo que el opaco régimen comunista está haciendo al respecto. Firmas de inversión como Nomura o visionarios como Dalio o Burry llevan meses advirtiéndolo: estamos a las puertas de la catástrofe económica.

El tiempo es la única incógnita que queda por despejar en esta ecuación del caos, pero lo que es seguro es que cuando este se acabe no nos salvará Sánchez con todo su lenguaje inclusivo.

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