Qué cruel es la realidad. No hay nada peor que darse de bruces con la verdad, cuando ni te la imaginabas, ni te la veías ... venir. Porque Pablo (el menos malo de los dos que teníamos en política hasta hace bien poco) pensaba que nosotros estábamos casados con él y lo que pasaba es que estamos cansados de él. No es igual.

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Pero a mí todo esto me ha resuelto un problema. Los que me conocen y aguantan, saben que yo más de una vez he dicho que no quería votar en unas elecciones generales a Casado. Nunca he considerado a este señor como un líder para el PP, mucho menos para presidir España. Y claro, si no votaba al PP solo queda una opción en la derecha española con la que no acabo de comulgar, que es la de VOX, pero con Casado es muy probable que les hubiera acabado votando en dos años. Es lo que llaman voto de castigo, pero es voto, a fin de cuentas.

Yo pensaba eso de que, en las próximas elecciones generales, cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente, porque en política, y más en España, cualquier cosa puede pasar. Pues ha pasado, y por todo lo alto. Y es que, hoy por hoy, nadie puede enfrentarse a la Khaleesi de la derecha (como llama mi amigo Carlos a Ayuso) y salir indemne.

Pero Casado y su fiel escudero Teo Egea, que hacían un dúo estilo Don Quijote y Sancho Panza, decidieron que la idea era magnífica, maravillosa, sujétame el cubata que voy. Y se han pegado un tiro en el pie al más puro estilo Froilán. Por cierto, que a Teo el mérito más destacado que le conozco (más curioso desde luego) es ser campeón de España de lanzamiento de huesos de aceituna. Puede que no tenga nada que ver una cosa con la otra, pero yo ahí lo dejo.

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De momento Teo se va de viaje, como los cuentos que me leían mis padres cuando era pequeño y Pablo... Pablo no, Pablo se queda. Pero se queda como aquellos cinco minutos más que apuramos en la cama por las mañanas, vamos un rato que no vale para nada más que para asumir que realmente nos tenemos que levantar.

Quizá necesite estos meses para asumir la torpeza que ha cometido, para domesticar el ego y, como en las comidas en el campo, soltar la cucharita y dar un paso atrás. Y es una pena, porque con la intervención en el Congreso, con la respuesta de Sánchez incluida, había conseguido una despedida honrosa y elegante. Pues no, al final se queda un poquito más, como ese invitado pesado que no consigues que se vaya de una fiesta.

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En fin, que, por lo que parece, volvemos a ponernos en manos de un gallego. Me refiero a Feijóo, pero, por si acaso, Mariano vete calentando.

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