La estadística es una herramienta que se utiliza de un modo vano entre periodistas y políticos. No hay tertulia ni entrevista en la que unos ... y otros no utilicen los tantos por cientos a modo de argumento y se los arrojen a la cara para subrayar que están en posesión de la verdad. El inefable Tezanos, desde el CIS, ya nos ha servido en bandeja la posibilidad de negar los resultados de las encuestas, tras decir que él no es un adivino pero ¿y las estadísticas? Conviene señalar para empezar, que no todas las estadísticas tienen la misma fiabilidad. Todos esos estudios cuantitativos de cualquier asunto, pueden valer o no, dependiendo de entre cuántos se hayan realizado, qué tiempo abarquen y muchas otras cuestiones, que afianzan o no el cálculo de probabilidades que ofrecen. Vamos, que la estadística es una rama de la matemática, pero no todas las estadísticas se pueden tomar como verdades absolutas. Más allá de este tema, que conviene tener en cuenta para que las mencionadas estadísticas no nos vuelvan ni demasiado crédulos ni tontos del todo, hay que señalar el efecto que produce ocultar, tras las estadísticas, a personas con cara y ojos.

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Los inmigrantes, o los ancianos, o los más desfavorecidos, o los más jóvenes, o los muertos por COVID, o las víctimas de trata, agazapados tras esos tantos por ciento, inundan a diario los medios de comunicación y las sobremesas y le restan importancia a sus protagonistas. En estos tiempos raros, de encierros y desescaladas, los seres humanos hemos andado encasillados en las estadísticas por edades, por circunstancias y por gravedad y por eso hemos dejado de conmovernos por la suerte de otros, menos afortunados que nosotros, que en vez de estar en nuestro grupo estadístico se encontraban en el de los fallecidos o en el de los desempleados, o en el de los de las colas del hambre o en el de la soledad. Las cosas en su justa medida y las estadísticas también. Sobre todo porque si nos las lanzamos constantemente y sin piedad, contribuimos con ellas a convertirnos en auténticos desalmados; en ese tipo de personas que no sienten el dolor ajeno y que, por tanto, como decía Gloster, en el Ricardo III de Shakespeare, acaban convirtiéndose en auténticos monstruos. Que las estadísticas no nos impidan ver la realidad, ni sentirla. Que no nos vuelvan aquello que no queremos ser, además, de pedantes, sobrados, estúpidos y todo lo que conlleva querer asegurar una y otra vez que tenemos la razón, aunque sea inventándonos las estadísticas más peregrinas...

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