La mascarilla es el icono de esta época, como las cerezas lo son de Pachá, la legendaria discoteca. Antes que ella, su fundador, Ricardo Urgell, ... abrió en 1960 Tito´s. El mismo nombre que tuvo aquella disco clásica de Íscar Peyra, que luego fue Morgana. El embozo identifica el tiempo que vivimos y si algún día hay que levantar un monumento conmemorativo debe estar ahí y como prueba tenemos esas esculturas salmantinas a las que los vecinos han puesto la mascarilla, más como aviso que como gamberrada. Sólo la vacuna conseguirá que regrese al lugar de donde salió, el espacio sanitario, pero mientras ese remedio definitivo llega, veremos mascarillas de diseño y se pondrán de moda, que la moda es hija de los tiempos, como respuesta a la uniformidad de las mascarillas de farmacia. Y estoy con la consultora Raquel Carnero cuando declara que cuantas más vacunas salgan mejor. Duro con el bicho y desde todas partes.
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Durante el paseo de las ocho he visto a una vecina con mascarilla a juego con la diadema. Esta es la actitud. La manera de desdramatizar el tapabocas, como lo llaman en América, e incorporarlo a la nueva normalidad, nueva realidad o como quiera que llamemos a lo que viene, hasta que llegue la vacuna. Mascarillas protagonistas en el Ayuntamiento en la firma del pacto de reconstrucción social y económica de Salamanca, que rubricaron, embozados, los protagonistas, comenzando por Carlos García Carbayo. Embozos que recuerdan el famoso motín de Esquilache, con aquel Leopoldo de Gregorio. No eran las del viernes mascarillas de diseño y marca, pero podrían haberlo sido. Gucci o Vuitton hace tiempo que se pusieron a ello; la actriz Macarena Gómez, ha arrasado en Instagram con su “mascarilla joya”, de Mask and Charms, y hasta Inditex la ha incorporado a las modelos de su nuevo catálogo de ropa de Zara. Se diría que el tiempo ha dado la razón a la cantante Billie Eilish, que antes de todo esto la empleaba en sus actuaciones. Cuando se inició el confinamiento, nuestra Fely Campo se puso a ello –lo conté—, mi amiga Imelda Sánchez, experta en complementos, me informó que hacía lo propio, y en las redes encontré a Raquel Barbero, una de las cabezas más inquietas de Salamanca –forma parte de los históricos Barberos salmantinos, del carbón—haciendo mascarillas; la gente de Carricrochet tuvo que parar ante la avalancha de pedidos, dice en su web, y Ángela Hernández, figura de la nueva costura, en su taller artesano de Puente Romano, idea mascarillas infantiles fantásticas. Esta es la actitud. Hay que inundar la calle de mascarillas originales y llamativas que desdramaticen el momento, de igual forma que hicieron las plantas hospitalarias de Pediatría con sus uniformes, de donde parece haber salido Nadia Calviño, que es ministra de Economía y tiene cara de niña buena o sanitaria infantil. Se ha convertido en la estrella emergente de una semana de pifias socialistas y fiascos al por mayor al colocar el tren descarrilado en sus vías, dicen mis amigos del club del confinamiento. Ha sacado a la luz su carácter, forjado en los pasillos diplomáticos europeos, lejano de los modos patrios, y ella misma ha aparecido como una luz que ha llamado la atención de muchos a la vez que eclipsaba a otros. Presidente Pedro Sánchez, incluido.
Desde mi sillón, la manifestación de ayer me llegó como si España hubiese ganado otro Mundial o se celebraba la vuelta del fútbol y los turistas, o el regreso mañana de las terrazas y los encuentros. Tenía más de celebración que de manifestación. Sentí cercano el paso de muchos vehículos y su claxon, e imaginaba una puesta en escena entre banderas.
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