Vivimos entre líneas rojas. La Feria de Día puso esta semana la suya en tres euros, que es lo que costará la caña, en vaso ... de cartón, y el pincho, mientras Jorge Moro, su presidente, admitía la dificultad de que la Feria tuviese más casetas por la falta de personal con ganas de empleo. Y casetas. Hay quien se pregunta por la convivencia de terrazas y casetas en estos tiempos de inflación, que es otra línea roja que nos limita. Esta semana el empresariado local advirtió de que no está el horno para bollos, que es lo mismo que han advertido los sindicatos a pesar de lo cual la se nos han echado encima. Tras el paso de las autoridades –pleno de autoridades—uno iba por Salamaq como si el tiempo no hubiese pasado: el mismo paisaje y paisanaje. Fue una inauguración con lluvia de elogios, porque de la otra seguimos sin saber nada.
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El tiempo ha situado su línea roja y estamos en un sin vivir teresiano, que no tiene que ver con aquellas otras que tuvo Matilde Cherner, que debía firmar sus libros como Rafael Luna, porque estaba mal visto eso de que una señora se dedicara a escribir de según que cosas. Esta semana Laura Rivas, escritora salmantina, nos recordó a otra entre líneas rojas en la Salamanca de principios de siglo, Pilar Tavera, que imaginaba historias románticas en la trastienda de “Modas de París”, en la calle del Prior, que recordé ayer en la feria de la Plaza de la Libertad, cerca de la personal shopperBegoña Luis.
Imagino que la ruptura de Esther Doña, viuda de Griñón, y el juez salmantino Santiago Pedraz, habría alimentado su imaginación. Una historia con líneas rojas traspasadas por ella, que él no pudo soportar y de ahí el wasap de la ruptura, del adiós, que ha dejado a las revistas compuestas, sin novios ni boda. No se hablaba de otra cosa en las peluquerías. De eso y del aniversario de la muerte de Lady Di, Diana de Gales, de la que han pasado 25 años. Un asunto que merece un recuerdo si quiera porque ella y su marido, Carlos de Gales, estuvieron en Salamanca el 23 de abril de 1987, dejando la icónica imagen de una princesa cubierta por la capa de un tuno y andando por encima de otras a la salida de Fonseca. Carlos está al fondo.
A Jesús Málaga, entonces alcalde, citado esta semana por Vanity Fair, no se le ve, pero estuvo; habló con el príncipe y escuchó a la princesa del pueblo algo relativo al ajo, que es algo que en la cocina de su país no es frecuente. La cocina española está llena de ajo y prejuicios religiosos, dijo Julio Camba mucho antes. Victoria Beckham nunca dijo que España oliese a ajo, según ella, pero reconozcamos que el ajo es una línea roja para según qué paladares.
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Lo era en la Edad Media y el Siglo de Oro, y así aparece en el mismísimo “Quijote”, y años más tarde la Pardo Bazán recomendaba a sus lectoras que no tocasen el ajo. Pero el ajo, ay, es mucho ajo; quíteselo al sofrito, a las gambas al ajillo, al alioli, al ajoarriero... y no tiene nada. La Feria de Día sin ajo, también se resentiría, y seguro que el apetito de Zidane, entrenador del Real Madrid, que anduvo estos días por Salamanca y como buen mediterráneo admira esa cocina con ajo y de paso esquiva líneas rojas.
Diana también vivió entre líneas rojas. Su muerte conmocionó al mundo y puso a la monarquía de Isabel II al borde del precipicio. A veces las amantes reales provocan esto. Lo cambió todo para que todo siguiese igual, incluida esa imagen de tímida princesa apabullada por la fama, los tunos y quizá nuestra historia.
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Ha pasado un cuarto de siglo y las televisiones han hecho su agosto, y seguro que aquella soñadora de historias románticas, Pilar Tavera, le hubiese sacado partido al hecho, aunque sin traspasar según qué líneas. Igual que en la hípica –qué gran noticia el regreso de los caballos al Campo de Tiro, Alfredo Martín Cubas—conviene no saber nada del caballo por el que apuestas, en la vida hay que hacer la vista gorda a según qué líneas para ponerle picante y sorpresa. Y nuestro Cayetano Martínez de Irujo, que regresó, lo sabe.
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