Opté en su día por integrarme en un nuevo rebaño. Uno tiene su cuota de gregario. Vivo confinado en el cuarto de una dehesa, llamado “ ... El Ovejeril”, donde, como es natural, pasta un rebaño de ovejas. Y escribo el día de Bernarda, la Santa (no precisamente la protagonista del dicho decidero), la pastorcita francesa a la que se le aparecía la Virgen en Lourdes, aquella de “La canción de Bernardette” que en los salesianos vimos obligadamente hasta hartarnos - a pesar de sus Oscar-, y que me parece que es la patrona de los pastores, con permiso de los tres portugueses de Fátima. He vivido tantos años en la grey católica, aceptando que el Señor es mi pastor- “Él me conducirá por cañadas oscuras”-, con tantos beneficios espirituales, que quiero incorporarme a otra tropa bien distinta. La de los que buscan la inmunidad del rebaño, tratando de huir del lobo que quiere meterse en la majada y diezmar el hato. O sea, que estuve a la cola de los octogenarios y me han puesto la primera dosis (Pfizer). En breve espero me administren la segunda, para seguir borreguilmente en las redes de los nuevos pastores —científicos y políticos—. Es, sin duda, la única manera eficaz de protegerse contra el bicho, y lo que es más importante, estando ya en el aprisco, no dañar, preservar al prójimo.

Publicidad

Frente a la vacuna, como para deshojar la margarita, hay dos actitudes, (más la incalificable del muñeco roto Bosé): la quiero, no la quiero... El prestigioso inmunólogo Vicente Larraga ha dicho que si estuviera a la puerta del polideportivo donde algún citado, por miedo, se vuelve sin pinchar, le diría “no seas tonto, dentro te salvan la vida”. Pero ha hablado también de los que la desean como si fuera de “toma pan y moja”. ¿Como un hombre guapo o una mujer bandera? Pues sí, pero mejor hablemos de lo prosaico, lo gastronómico. Es decir que la vacuna está de chuparse los dedos. Muy cerquita de aquí, en Frades, Gabriel y Galán contó que había “comido pan sabroso con entrañas de carnero,/ que guisaron los pastores (los pastores de su abuelo) en blanquísimo caldero,/ suspendido de las llares sobre el fuego del hogar”. Es el relato de un “toma pan y moja”, para el que se requiere una hogaza de pan, un caldero sobre unas trébedes que contenga un guiso con salsa, y el hambre de Carpanta. Solo así es posible mojar, pringar, rebañar, sacar brillo al plato y chuparse los dedos con los que hemos sujetado cada migajón —usualmente atenazado entre índice y pulgar—, para empapar el jugo del puchero y del plato. A mí me enseñó a untar mi amigo Juanito el bombero, que en los almuerzos del “Valencia” exhibía sus excelentes cualidades para arrebañar, mientras los demás echábamos en el moje barcos, y hasta trasatlánticos. Como en aquella película del carnicero enriquecido —Ernest Borgnine—, que toma clases de comportamiento en la mesa del empobrecido pero refinado conde Max —Vittorio de Sica—. Inolvidable la escena en que el aristócrata, hambriento, unta afanosamente en el estofado, advirtiendo seriamente a su alumno: “Y esto (pringar) no debe hacerse”. Me reconocerán que mojar el adobo de un guiso sabroso no tiene precio.

Las vacunas han logrado disipar los infundados pero legítimos temores de algunas personas. La excelente organización —al menos de la que soy testigo—, colabora a las campañas emprendidas (La del gobierno es obvio que debió comenzar a primeros de marzo de 2020 desautorizando la manifestación feminista de la que salieron contagiadas incluso las portadoras de la pancarta, u obligando al menos a llevar mascarilla, cuyo uso se desdeñó irresponsablemente por Sánchez y Simón). El caso es que el gentío está deseando vacunarse, con la que sea. Esperan, ay, besos y abrazos, hijos y nietos. Han constatado su eficacia, contemplando la serenidad de los ancianos que lograron sobrevivir en sus residencias a las primeras y crueles oleadas. Como será que la anécdota del jueves fue que la Policía tuvo que disolver, educadamente, a un grupo de personas mayores que esperó a última hora, implorando vacunarse con las dosis “sobrantes”. ¿Sobejanía? ¡Pero si hay carestía! No hay saldos por liquidación. Es por quintas, y las suyas no han sido llamadas a filas. Ojalá lleguen a tiempo.

Como en el Cantar de los Cantares, en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. Aquí ha aparecido la primera pareja, delicadas, fieles, esquivas. Uno es lanar, gregario y entre el bee, bee, de las ovejas, y el turr, turr de las tórtolas, goza de sosiego en la majada, dentro del redil de los vacunados, es decir, de la esperanza.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad