Apenas quince minutos. Un cuarto de hora, vamos. Ese es el tiempo que aguantó Alfonso Fernández Mañueco la farsa que le tenía montada Luis Tudanca en el primer (¿y último?) encuentro que mantuvieron ayer los partidos que ambos lideran, dentro de la ronda de contactos ... para formar gobierno en Castilla y León. El correveidile de Pedro Sánchez asegura que el presidente en funciones de la Junta se levantó de la mesa, como si le hubiera salido un sarpullido, al oír la palabra corrupción. Y, aunque Mañueco no ha confirmado que este sea el motivo de su espantada, por una vez voy a creer a Tudanca. Era, sin duda, la excusa perfecta para que los dos dejaran de hacer el paripé. Yo te insulto, tú te haces el digno y aquí paz y después gloria.
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Si alguien cree que el PSOE se va a abstener para que el PP gobierne en solitario en la Región refleja una ingenuidad similar a la de los últimos votantes de Ciudadanos. A Pedro Sánchez le hubiera gustado mandar en Castilla y León, claro. Pero como eso es un imposible -y mucho más mientras tenga a Tudanca al frente del partido- prefiere ver a Mañueco en brazos de Vox. O, como él mismo diría, de la ultraderecha.
Y si alguien piensa que el pírrico ganador de las elecciones anticipadas va a abjurar de su mantra -se lo recuerdo por si acaso no lo habían escuchado nunca: “Sanchismo o libertad”-, no conoce en absoluto a este político de larga carrera.
Con un “guasap”, un guiño, un apretón de manos o una palmadita en la espalda hubiera bastado y no hubieran perdido el tiempo ni siquiera ese cuarto de hora.
El día D y la hora H en la región -las fechas las carga el diablo- se producirá mañana, 23 de febrero. Ahí es donde Alfonso Fernández Mañueco tendrá que demostrar todas sus habilidades como negociador con el joven Juan García-Gallardo. Y para eso tiene -¿quién se lo iba a decir?- “las manos libres”, como él mismo repite una y otra vez ahora. Sobre todo, porque en estos momentos la cúpula nacional del Partido Popular, la misma que le lanzó los cantos de sirena para convocar unas elecciones anticipadas sin sentido, en aras de beneficiar la carrera política de Pablo Casado a la Moncloa, no existe. Ya se han encargado de dinamitarla, en un harakiri sin igual, el propio Pablo y su inseparable Teodoro García Egea.
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Dice Mañueco que esto no va de sillones sino de Castilla y León. Que no se engañe. Esto va de poltronas. Lo ha dejado meridianamente claro Santiago Abascal, que es quien mueve toda la estrategia de su partido. Recuerdan mucho a Ciudadanos cuando en 2019 vieron que podían tocar con sus propias manos los resortes del poder. Y, por eso, reclaman una vicepresidencia con cartera y al menos otras tres consejerías más. Lo de derogar la ley autonómica contra la violencia de género o el decreto que regula la Memoria Histórica de Castilla y León se puede hablar, debatir y hasta olvidar. El “cambio de rumbo” que propugnan, después de que el PP haya gobernado en la región durante los últimos 35 años, se traducirá en que les dejen presidir las Cortes, como ha hecho hasta ahora el salmantino Luis Fuentes.
Por lo tanto, dejen de marear la perdiz. Queda muy bonito de cara a la galería reunirse con todo el mundo, hasta con los que no te apetece o con los que no tienes de qué hablar. Resulta hasta de buena educación. Da para unas cuantas fotos en los periódicos, para unas huecas ruedas de prensa y para poco más. Nos guste o no, aritméticamente solo hay un gobierno posible en Castilla y León. Y todo el mundo sabe cuál es. Estoy seguro de que a la mayoría de los ciudadanos les gustaría que el PP gobernara en solitario con la abstención del PSOE, de tal forma que mantuvieran a raya a Vox. Pero eso no se va a producir.
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La negociación es más sencilla de lo que nos quieren hacer ver. Tan solo haría falta un cuarto de hora bien trabajado. Quince minutos, vamos.
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