Andaba yo en esa brega del ‘cómo abordar’ el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer en mi columna de ... hoy, cuando la casualidad me llevó a toparme con las estampas ‘Femeninas’, más lígrimas y salmantinas, que escribiera Luis Maldonado de Guevara (el que fuera jurista, escritor, diputado, senador y rector de la Universidad de Salamanca), en diferentes artículos y hace ya la friolera de un siglo.

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Eran mujeres amayorazgadas en devociones religiosas y virtudes domésticas. Mujeres que participaban en las reuniones de la vida social, discretamente y en salón aparte, por eso de que los intelectuales pudieran dar rienda suelta a su retórica apasionada y su talento. Miguel de Unamuno, Tomás Bretón, Ayala, Ruiz de Alarcón, Luis Maldonado... Todos ellos de esos grandes ‘tenores’ que echa en falta Alberto Estella (me remito a su columna en este diario, del pasado sábado) en los púlpitos políticos de hoy. Todos ellos muy por encima de la indigencia parlante y pensante de la que viene haciendo gala la política actual, en ese abrevadero de grajos donde tienen cabida hombres y mujeres que justifican su escaño hablando de igualdad. ¡Qué poquitos se salvan!

Lejos ya de aquel tiempo de féminas devotas y abnegadas, las mujeres de hoy exigen un protagonismo que se han ganado con trabajo, tesón y por derecho. Algo que defendió de forma magistral la salmantina y doctora en Biomedicina, Helena González Burón, en el estreno del Programa Mujeres Inspiradoras “Igualdad para cambiar”, y que LA GACETA organizó el pasado viernes en Fonseca, para sumarse a este ‘abrir de puertas’ del talento femenino. Si algo me gustó de la divulgadora científica fue su honestidad y su espontánea forma de comunicar, llena de respeto. Estoy en contra de todo feminismo radical que demoniza al género masculino y que pretende arrinconarlo. Ojo con ciertas actitudes reivindicativas, por defecto insultantes, por defecto deshonrosas, por defecto provocadoras. El esfuerzo, las capacidades personales y los derechos de igualdad y oportunidad son los que han de asistir y poner a cada cual en su sitio. Sin distinción de sexo, ideología, raza, religión, mano larga o peros que valgan. Todo lo demás es circo y sobra.

Quiero participar de la natural convivencia entre lo femenino y lo masculino, sin supremacías. Quiero volver a escuchar a Helena González Burón para divertirme aprendiendo ciencia. Y quiero continuar leyendo, sin antipatía, viejas historias como las de doña Cándida o Artemisa (tía y prima de don Luis), aunque a estas les tocaran en suerte vivir los tiempos del “sí de las niñas”.

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