Un alumno de cuarto de Periodismo me comentaba hace unos días que muchos de sus compañeros recién licenciados tienen claro que van a opositar. Policía, ... funcionario de prisiones, administrativo... Lo que sea con tal de no probar suerte en un oficio, otrora vocacional, que va más allá de escribir en un periódico y hablar delante de un micrófono o una cámara. Precisamente Salamanca batió en el último año su récord de empleados públicos en nueve años. Bien es cierto que en este incremento ha jugado un papel decisivo la pandemia, pero antes de la llegada del maldito virus estábamos en una provincia dominada por el ámbito funcionarial. Si a esto se le une que abrir un negocio en España lleva una media de 13 días y cuesta no menos de 3.000 euros, que las cuotas de autónomo no tienen en cuenta si facturas 10 o 1000 y que en las universidades se fomenta entre poco y nada el autoempleo, tenemos el cóctel perfecto. Emprender en este país es cosa de locos. Así nos va.

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El problema comienza en los cimientos. No hay una educación que inculque a las nuevas generaciones el espíritu que está plenamente arraigado en países de nuestro entorno como Reino Unido y Alemania. Todo lo contrario. Cuando alguien da el paso de ser su propio jefe porque tiene una idea, es tachado de temerario por su propio entorno. En pleno año 2021 se sigue escuchando este rancio consejo: “prepárate una oposición que así tienes trabajo para toda la vida”. Somos una sociedad conformista y cuadriculada. Queremos tener planificada nuestra vida cuanto antes para pulular hasta la jubilación sin contratiempos ni riesgos. Es quizás por ello que hemos llevado tan mal los cambios radicales que ha traído consigo el coronavirus. Sigue existiendo mucho miedo al fracaso porque, en España, un fracaso es sinónimo de acabar endeudado de por vida, mientras en otros países es simplemente un tropiezo que sirve de aprendizaje para volver a intentarlo sin tener que cargar en las alforjas cientos de deudas.

Falla la educación y falla el sistema. Los autónomos están totalmente discriminados. Deberían ser el ‘lobby’ más influyente por su peso social y económico, pero sin embargo sus reivindicaciones son una y otra vez despreciadas por los distintos gobiernos. Siguen teniendo más peso los sindicatos que, permanecen más agazapados que nunca, pero ‘parten el bacalao’ a su antojo en todas las administraciones haciendo un flaco favor a valores como el liderazgo, la creatividad, el espíritu de superación y la toma de decisiones.

En un país donde convertirse en autónomo es poco menos que un peregrinar por el desierto, tampoco ayuda la burocracia. En Israel, uno de los paraísos del emprendimiento mundial, se tarda 24 horas en montar una empresa y, a partir de ese momento, todo son facilidades. Si nos vamos al Reino Unido, los plazos no superan los cinco días. En la ‘piel de toro’, si tardas en arrancar, la tarifa plana se habrá consumido y las posibilidades de crecimiento se frenarán en seco. Si arrancas y das el paso de hacer una contratación, los costes lo convierten en poco menos que en una quimera. Si deseas abrir tu negocio en el medio rural para abaratar costes y optar a más ayudas, la ausencia de servicios en la ‘España vaciada’ lo pone poco menos que imposible.

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No todo es tan negro. Existe iniciativas muy loables como las que están poniendo en marcha algunas administraciones locales. En Salamanca, por ejemplo, el asesoramiento que ofrece la oficina de Promoción Económica del Ayuntamiento y el trabajo que se hace en el ‘coworking’ municipal van en el buen camino. Un ejemplo que debería cundir entre los que de verdad pueden hacer los grandes cambios en este ámbito.

En un mundo globalizado en el que una buena idea, un ordenador y una conexión a internet se pueden transformar en un gran negocio, no podemos perder ese tren. No podemos seguir amarrados a un concepto anticuado y conservador que frena la evolución y el desarrollo de una sociedad. Nos va la futuro en ello.

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