Tenemos suerte de que el “volcán” de Garrido esté inactivo. Se trata de un pico en la escombrera que fue en su día ese terreno ... cercano a la vieja vía del tren paralela a la Avenida de los Cipreses, más allá del Multiusos. Hubo un tiempo en el que los vecinos del barrio, llamados “garriders” en alguna red social, acudían allí de merienda, a celebrar el Lunes de Aguas. Hoy es zona de paseo de perros en expectativa de destino, pero no hay temor de que ese “volcán” cause un drama volcánico como en La Palma y menos en esta provincia en la que no tenemos los riesgos sísmicos de otras, aunque alguna vez haya temblado la tierra, lo cual ha dado para historias diversas, como la que aseguraba que Las Arribes serían, también por esa estabilidad, un almacén espléndido para los residuos nucleares. No lo sé, pero la situación en entredicho de las centrales nucleares aleja a ese fantasma. El mensaje es que los vecinos de Garrido pueden estar tranquilos con su volcán y disfrutar de este tiempo tan próximo a la normalidad que acabamos de estrenar con libertad de aforos y horarios, un poco al estilo de Madrid, donde Ayuso ha llamado a esto “libertad”. Pues venga. Por cierto, escribo desde Madrid, a donde me ha traído la Feria del Libro, que este año es más pequeña, está dedicada a Colombia y se controla el aforo. En los estantes he visto libros dedicados a Basilio Martín Patino; a Unamuno, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón. Jambrina, que hace doblete con su “Muertos S.A.”. Las creaciones de Rodrigo Cortés bajo el título de “Los años extraordinarios”, a la vez que se habla de su vuelta al cine. Algunos de los títulos de Fred Vargas traducidos por la salmantina Helena Cortés y publicados por la también salmantina Ofelia Grande, gracias a la cual aún pueden verse en la feria madrileña libros de Carmen Martín Gaite. La pandemia, me han dicho, ha atenuado el furor por la novela negra de los últimos años, aunque goza de muy buena salud. Hay huella salmantina en esta feria, seguramente mayor que la visible a simple vista.

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Garrido merece un libro. Y no solo por su “volcán”. Un texto que comience por su existencia como eras de labranza más allá de la vía del ferrocarril a Portugal que dio nombre a una avenida que sirve de frontera, con aquel check point que era el paso a nivel del Taramona. Que siga, después, por Garrido y Bermejo, que se tienen por pioneros del barrio. Y continúe con la influencia del cuartel, la época dorada de su construcción en los sesenta y termine, precisamente, en el Multiusos. El Garrido de los barros, que iba sorteando Pilar Fernández Labrador cuando quiso ser alcaldesa haciendo campaña de obra en obra. El Garrido de los innumerables bares, que formaban un vía crucis tremendo. El Garrido de los cines, de los desmontes, de las modestas tiendas de alimentación y tejidos, de las ferias en la Chinchibarra... A veces daba la intención de que había dos barrios, Garrido y el “Chino”, olvidando a los demás, cuando cada uno tiene su historia y personalidad.

En el “volcán” de Garrido, por cierto, comenzaba la provincia. Al menos la armuñesa. Una provincia que ayer festejó en el Palacio de Congresos su día, que ha pasado las de Caín con la pandemia y ahora vive momentos raros despoblándose. Pandemia contra la que lucharon, hasta dejar la vida, sanitarios locales -dos de ellos, Fernando Mateos e Isabel Muñoz, reconocidos ayer en el Día de la Provincia- dejando salud y vida en ello, que obligó a alcaldes y concejales a cambiar política por solidaridad, algo de lo que ha sido testigo y narrador este periódico, LA GACETA, pero también de otros muchos episodios que durante más de cien años han tenido de escenario la provincia. Incluido el desembarco ferial del 21 de septiembre, San Mateo. Bien merecida tiene esa Medalla de Oro. Un periódico, por cierto, vecino del “volcán” de Garrido desde hace ya unas décadas y, en consecuencia, de alguna manera, “garrider”.

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