Tengo la impresión de que los salmantinos de la capital hemos descubierto nuestro Tormes con la pandemia. Nunca se ha visto a tantos paisanos caminar ... por sus orillas. Era la intención del alcalde Pablo Beltrán de Heredia cuando en 1974 abrió el primer tramo del Paseo Fluvial, que el alcalde Alfonso Fernández Mañueco, décadas después, conectó con La Aldehuela. El impulso de Jesús Málaga y su gobierno en 1981 a la Ciudad Deportiva de La Aldehuela fue también importante, sin duda, en esta compleja accesibilidad al río. Ahora, el alcalde de hoy, Carlos García Carbayo, quiere llevar ese Tormes urbano hasta Tejares, atravesando la Huerta Otea, ya sin el famoso ventorro del “Castigo”, y las Salas Bajas hasta más allá del Centro Superior de Educación Vial, que fue palacio de verano de los Marqueses de Castellanos y convento de San Pedro Advíncula, por ejemplo, abriendo huertos y parques, y restaurando norias.
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Pronto el Tormes urbano puede ser una avenida más de la ciudad y formar parte de esta, desde La Aldehuela al parque arqueológico de La Salud. La Aldehuela de los Guzmanes ya era lugar de ocio en 1848 cuando se hace el informe de Pascual Madoz, y Meléndez Valdés había sugerido que allí se celebraba el Lunes de Aguas; luego fue playa, una de las zonas de baño del Tormes, en cuyas aguas se hicieron piscinas y hasta hubo un intento de construir un balneario. Había en La Aldehuela una venta que abría un Tormes urbano con tabernas, mesones, posadas, como la de la Estrella, de Agustín Cristeto, cerrada en 1911, y casetas, que culminaba en la Venta de La Salud. Un Tormes también industrial con Juan Casimiro Mirat, Carlos Luna, Anselmo Pérez Moneo, Vicente Maculet o César Santos Allén, o los curtidores Miguel Lis, Melchor González y Micaela Hernández, los hermanos Llorente, Félix Herrera..., sin olvidar la presencia benéfica en la vega de La Vega de Vicente Rodríguez Fabrés. Junto a la iglesia de Santiago, en San Nicolás, estuvo el aula de Anatomía, así que allí tuvo asiento el Estudio, y un hospital de Santa María la Blanca, que ya auguraba el carácter hospitalario del Tormes confirmado hoy con el nuevo “Clínico”. Ha sido testigo de la desaparición de un patrimonio fascinante, fijado en relatos de sus crecidas, como el de Francisco Hurtado (1597) “Por la calle del Obispo/ llegó hasta Santa Susana/ también a San Nicolás/ y a Santa María la Blanca...”. Hasta el Toro de la Puente estuvo en sus aguas por la barbarie de un poncio. Río inmortalizado en la Literatura, desde Camilo José Cela al “Lazarillo”. También don Camilo fue Lazarillo y dijo del río que “no pasa por Segovia. Ni por Lugo. Ni por Jaén. Ni por Barcelona. Ni por Sebastopol. El Tormes, bien mirado, es un río la mar de raro”. Y tanto. Nuestro Luciano González Egido nos recuerda que es “el punto cero, a cuya vera nació la Ciudad”. Forma parte, con la diadema de torres, del perfil de Salamanca, perfilado por Conrad Kent, con Puente Viejo, sus casuchas de Santiago, las lavanderas, los cerdos y vacas de su mercado viejo, alguna que otra chimenea, las aceñas... Aguas que separaban la ciudad hasta la llegada de los puentes, que como puntos de sutura acercaron sus orillas.
El Tormes, que abastecía de energía a los molinos, de agua a las casas y de pesca a los pescadores, aunque pareciese “canijo y parapoco”, como dijo de él en 1956, Fulgencio Martín García, Agacir, es ya el gran parque de Salamanca y será un atractivo turístico, que fascinará si se relata bien. Tiene mucho que contar y ser contado.
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