En la olimpiada de las incongruencias —llevar la contraria a las ideas con el comportamiento—, la izquierda española puede colgarse muchas medallas. En lo mas ... alto del pódium, Pablo Iglesias, que prometió seguir viviendo en su barrio saludando al panadero, pero alcanzada la Vicepresidencia, se refugió en un mansión de lujo en zona de alto standing. Aquel cinismo gallego de Franco, aconsejando “haga usted lo que yo, no se meta en política”, ha sido superado por la hipocresía de Pedro Sánchez en USA, presumiendo de cumplidor de su palabra. ¡La matria que lo parió! Aparenta más que el “pequeño Nicolás” y es experto en incumplimientos de palabra dada, medalla de oro entre los farsantes. No sé qué detesto más, yo pecador, si al progre de caviar, robando al Estado, mientras alardea de honradez apurando un cóctel, o al meapilas que, tras comulgar, se siente autorizado por el Altísimo para pegar sabrosos pelotazos. He conocido ejemplares de ambas especies, campeones de esa discordia entre su ideología y su conducta: el socialero, cruzado del feminismo, que acosaba sexualmente cualquier falda y las mujeres de algunos amigos; y el conservador chupacirios, que cobraba ilícitas comisiones a todo cristo.
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En la línea del orgullo rojo, está la familia Bardem. Comunistas ma non troppo. Recientes las declaraciones del actor secundario Carlos, alardeando de supremacía moral sobre el PP, Cs y Vox. La reciente muerte de su madre Pilar (qepd) actriz secundaria —aunque principal en las manifas progres—, me recuerda incongruencias clamorosas de esa familia. El que ha dejado más huella ha sido su hermano Juan Antonio, militante del PCE, que anduvo por aquí decisivamente en las históricas “Conversaciones de Salamanca”. Nos ha legado películas excelentes. Pero también una leyenda de combatiente de la dictadura que conviene matizar. Pasó la guerra incivil en “zona nacional”, mientras sus correligionarios se jugaban la vida. No fue precisamente un maqui. Todo su calvario durante la dictadura fueron dos noches en la Dirección General de Seguridad, y engañar a la torpe censura oficial. Como dijo Emilio Romero, tuvo “inclinaciones de tibieza hacia el régimen”. Solo así fue posible que representara a la España franquista en los festivales de Cannes, Venecia y Berlín. No olvidemos que en 1960 llegó a presidir su Sindicato ¡vertical! Un castizo decía que Bardem saludaba con el puño cerrado, pero que tendría que abrirlo muchas veces para recoger la pasta de las numerosas subvenciones.
Pilar Bardem defendía la Sanidad pública, pero por si acaso, se despidió de este perro mundo en la lujosa clínica privada Ruber. Resulta curioso que de sus tres amores, dos fueran salmantinos. El primero era de Alconada, Fernando Macarro, joven comunista que logró un récord de asesinatos: un cura, un cartero y un labrador. Condenado a muerte, se libró por ser menor de edad, y salió de la cárcel por un indulto, también del dictador. Su seudónimo era Marcos Ana y los suyos le elevaron a los altares mientras él pedía en un poemario “Decidme cómo es un árbol”. El segundo amor de doña Pilar (que en sus memorias dice haber sido maniquí, chica de alterne y asistenta), fue un guijuelense, José Carlos Encinas Doussenague. Era hijo del ganadero de bravo Pepe Encinas, que acabó vendiendo su vacada —procedente de Vega Villar—, al abuelo del actual Paco Galache. Relata la ocasión en que, ya separados, le apuntó desde muy cerca con su pistola, y la que presumía de pacifista disparó (estaba descargada).
Javier, de primer apellido oculto Encinas, tan laureado, no me gusta. Me recuerda a un minotauro de Picasso, o a un carnero. Y actuando tiene un nosequé que me repele. Con la matraca de la sanidad pública, para que Penélope Cruz pariera, alquiló una planta entera de la Clínica Mount Sinaí, de Nueva York.
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A individuos parecidos a estos, mi jefe los llamaba “sepulcros blanqueados”.
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