Uno de nuestros olvidados es Gerardo Gombau, compositor y uno de los padres de la música contemporánea española. Salmantino. Mañana es el aniversario de ... su nacimiento (3 de agosto de 1906) y antes de que pase el día sin reseña un buen y admirado amigo, salmantino y melómano me ha dado el toque correspondiente. Y aquí estoy, invitando a que busque su biografía, en la que leerá que frecuentaron su casa Unamuno o Bretón, que su padre fue el prestigioso fotógrafo Venancio Gombau y que otro Venancio, Venancio Blanco, es el autor de la escultura que se alza en la Plaza de San Julián en su recuerdo, que es, también, una alegoría de la música. Hablan sus reseñas biográficas de que fue alumno de José Tragó y Conrado del Campo, y maestro de Miguel Ángel Coria, Carlos Cruz o Arturo Tamayo, referencias de la música contemporánea española. Hay en su vida premios, cátedras y una considerable obra en la que hay títulos como “Aires de Castilla”, Escena y danza charra”, “Dos canciones castellanas”, “Ballet Charro”, “Campocerrado”..., que recuerdan su terruño. Obras interpretadas por Teresa Berganza o Nicanor Zabaleta, pero también por el Taller de Música Contemporánea de Salamanca, dirigido por José Luis Temes, o la Orquesta Sinfónica Ciudad de Salamanca con la batuta de Ignacio García Vidal. Obras, sin embargo, que debieran reivindicarse, comenzando por su catalogación. Porque la mejor forma de mantener vivos en la memoria a Gombau. Bretón o Dayagüe es, precisamente, haciendo que sus obras suenen en Salamanca, como lo hacen en estas horas las ruedas de los que se marchan. Las ruedas de sus maletas y las ruedas de sus vehículos. Quienes se marchan de vacaciones y quienes lo hacen forzados por imposición empresarial --¡ay, el sector bancario!—a lugares tan remotos como Algeciras o Melilla con o sin familia. La Salamanca vacía es también la vaciada.

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Agosto deja a la Mariseca con menos compañía. El vecindario migra a las playas o al pueblo. A las fiestas del pueblo, claro, que a qué otra cosa se va a ir allí. Hasta el dieciséis de los corrientes la provincia es una fiesta con sus verbenas, sangrías y paellas, la trilogía festera, que se hace pentágono con la misa y la procesión, como ya escribí antes de irme unos días a Espinho, Portugal, donde las olas son un espectáculo. La Mariseca se exhibe altiva desde el día de Santiago anunciando toros, como los pregonaba aquella campana de San Martín antes de la Plaza Mayor, de nombre María, como todas las campanas, que al quedar muda se tornó se Mariseca. Esa Salamanca vacía y vaciada va camino de ser seca y muda. El Instituto de Recursos Naturales, Irnasa, bracea desde la investigación por evitarlo e impulsa la agricultura ecológica e inteligente, estudia semillas que se adapten al cambio climático o modos de descontaminar suelos y aguas. Lo dirige una mujer, Mar Siles, que pregona este año nuestras fiestas. Las que tienen de enseña a la Mariseca y de imagen a una obra de Ramiro Tapia: el cartel de ferias protagonizado por una encina, que es también otra especie amenazada por lo que hacemos.

El recuerdo de Gombau permanece hoy rodeado de terrazas después de algún tiempo en un depósito municipal. Terrazas que se extienden hasta donde llega la vista desde los portales de Camiñas a los del Pan.

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