Estamos acostumbrados a que las películas tengan un final feliz. Ya pueden ser todo lo enrevesadas que se lo propongan las guionistas, que el bueno acaba bien. Pero en esta escena de ‘Amanece que no es poco’ en la que vivimos (políticamente hablando), los giros ... narrativos siempre son imprevisibles. Casi tanto como las votaciones del Festival de Benidorm. No puedo dejar pasar la oportunidad de manifestar que, como el 70% de las personas que votaron (por SMS, como en el año 2007) me decantaba por mostrarle a los 183 millones de espectadores la plurinacionalidad de este Estado. Aunque, claro, en un país donde siguen saliendo machotes a decir entre risitas cómplices “que no les dan miedo las tetas”, pero que luego censuran cuando las enseñan, no estamos preparados para esa conversación.

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Metido con calzador el comentario eurovisivo, habrá dilucidado al principio el hecho surrealista al que hago mención. Se ha reformado la reforma laboral. Y no quiero entrar en su contenido, pero sí apuntar lo que escribí hace unos meses: te puede gustar más o menos, pero si eres clase trabajadora, reconocerás que el Ministerio de Trabajo lo está haciendo bien. Aunque esta reforma sea muy insuficiente. Y con este argumento, el pasado jueves tuvo lugar la escena final de esta historia de traición, confusión y humanidad. En el momento previo al desenlace, asistíamos a un plot twist (giro argumental), en el que los dos diputados de UPN traicionaban a su partido deliberadamente para evitar que el texto fuera aprobado. Para los del ‘bloque del no’, esto suponía que, los que durante parte del metraje habían sido de los “malos”, en un último momento de arrepentimiento, decidan unirse a su causa. Su final feliz si esto fuera un filme. Pero en medio de los aplausos, aparece el protagonista inesperado, generando un último clímax de confusión. Un actor secundario que acabó cargando con el peso del relato. Y cuando el ‘bloque del no’ daba por hecha su victoria, surge nuestro protagonista en un giro de la trama que deja con la boca abierta al espectador, conectando con una parte de nuestra humanidad: el error.

A estas alturas ya sabemos todo sobre Casero. Incluso que el juzgado número 2 de Trujillo tiene una investigación abierta por un posible delito de prevaricación contra él. Aun así, el protagonista merece que se rompan dos lanzas a su favor. La primera es reivindicar el derecho a equivocarse. Vale que nuestras señorías solo tienen tres opciones de respuesta (sí/no/abstención), pero es cierto que durante la sesión se votan muchas cosas. De hecho, este diputado se equivocó en 3 de los 21 votos que emitió. Es más, votar lo contrario de lo que te ordena tu partido es bastante más común de lo que creemos. Rajoy votó en contra de sus propios presupuestos, siendo el único de todo el hemiciclo. Y Sánchez votó a favor de restringir la ley del aborto que planteó el PP. La segunda es que el “héroe de la reforma laboral” no fue tal. Más bien pasó a ser motivo de mofa en las redes sociales. Soy un fiel defensor de que se puede -y se debe- hacer humor con -casi- todo. Lo que no compro es que miles de personas anónimas hagan “humor” con la apariencia física de nadie. Habría que ver si la reacción hubiese sido la misma si su señoría hubiese sido un Adonis. Que luego se nos llena la boca diciendo que nos deconstruimos.

En cualquier caso, y por suerte o por desgracia, la vida no es una ficción. Y por un error no se puede crucificar a nadie. Y menos aún defender el tongo en una cosa tan seria. O clamar que “la democracia está secuestrada”. Hay mensajes que son muy peligrosos. Y a toro pasado, nos echaremos las manos a la cabeza. No todo vale para ganar unas elecciones.

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