Aunque desde nuestra propia realidad sentimos que lo que está ocurriendo en España es un caso único de indecencia y deterioro, y aunque es bien ... cierto que nuestro país tiene sus propias características negativas fruto de una mala praxis socioeducativa y de la cultura del pelotazo, la situación de desmoronamiento general del sistema liberal-socialdemócrata, afecta a todo Occidente. Nada es ya lo que fue y, lejos de mejorar, objetivo de la toda evolución, estamos retrocediendo peligrosamente: queremos ser comunistas pero muy burgueses, viajar a Melbourne en bicicletas voladoras y disponer de alimentos “reales” pero que los produzca Rita. Trabajar es de cerdos capitalistas. En Occidente, resumiendo, somos víctimas autocomplacientes de un genocidio de neuronas ejecutado desde los medios audiovisuales (ocio + basura non-stop) y, sobre todo, desde las redes sociales, donde la reflexión ha quedado reducida a 280 caracteres, un suspiro mental.

Publicidad

Y la primera víctima de lo que sin duda es toda una obsolescencia programada, es la educación, asaltada por las hordas de la ignorancia, ni la Ivy League se libra, no digamos Salamanca.

Pero a veces hay esperanza, y suceden cosas. Así, el otro día me enviaron un texto de Bari Weiss, que el año pasado dimitió como editora de “The New York Times” por sentirse acosada por un ambiente de intolerancia políticamente correcta. Hoy, Weiss, acusada hasta de sionista (yo también me declaro sionista, ¿dónde está el problema?), hace la guerra por su cuenta. No se puede ser sionista pero sí nazi catalán, este es el mundo desquiciado en el que nos movemos.

Weiss se hace eco de la raíz de lo que estamos viviendo a ambos lados del Atlántico: la destrucción de la educación mediante adoctrinamientos para alumnos y padres sobre antirracismo (diversidad racial), igualdad e inclusión. Weiss hizo pública la carta que un padre envió al colegio femenino de su hija, el exclusivo The Brearley School de Manhattan (54.000 dólares anulares de matrícula), anunciando que no la inscribiría en el curso 21-22, después de llevar en ella siete años, desde el jardín infancia. Para este padre, el colegio practica una política que recuerda más a la Revolución Cultural china, que a un colegio que ayude a aprender a pensar en libertad. Lo de The Brearley, además, no es un caso aislado por la obsesión por el racismo la igualdad y lo inclusivo, sino que ha intoxicado toda la enseñanza estadounidense —y europea— hasta convertirla en un mundo “orwelliano”. La carta de Andrew Gutmann, que así se llama el padre y que les recomiendo que lean, finaliza con una arenga: “el silencio ya no es una opción”.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad