Desde el sábado, cuando “casi se oía el volar estremecido de los copos de nieve en su constante indecisión entre el cielo y la tierra”, ... que decía Delibes, en ‘La sombra del ciprés es alargada’, no se ha hablado de otra cosa que no fuera Filomena que, a su pesar o no, andaba recorriendo buena parte de España y congelándola. Pero hoy me gustaría colarme entre los titulares que ya se disputan el frío helador, tras Filomena y, de nuevo, el COVID , y comentar el sexo de los ángeles. “Si no tienen”, dirán ustedes. Y eso pensaba yo. Pero, ahora más que nunca, parece que sí. Que hasta los ángeles deben de tener sexo. Incluso deben querer elegirlo, en este año de nieves, cuando el Ministerio de Igualdad pone todos sus esfuerzos en esa Ley trans que ampare a los distintos. Es decir, a los que nacieron hombres o mujeres, pero siempre se sintieron lo contrario o a quienes no se consideran ni de un sexo ni de otro. Bien. No seré yo, quien, en pleno siglo XXI cuestione la manera de sentir el género de cada cual o las proezas de una naturaleza capaz de aislarnos del resto del mundo en cuestión de horas, respecto a la sexualidad de unos y otros, que determina tantas cosas. Hay alrededor de 10.000 transexuales en España, entre los que se cuenta unos 700 niños con disforia de género (sensación de incomodidad o angustia con el género asignado al nacer o con las propias características físicas del sexo de nacimiento); pero es que, además, España ya reconoce oficialmente 37 géneros y 10 orientaciones sexuales.

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Teniendo en cuenta la diversidad reseñada (Lesbiena, gay, transexual, bisexual, pansexual, skoliosexual, demisexual, grisexual, asexual,poliamoroso, intersexual...), ¿acaso no iban a tener donde elegir sexo los mismísimos ángeles, entre tantísima variedad? No seré yo quien discuta que la sexualidad de cada uno o su manera de sentirla; mucho menos quien decida si está bien o no el hecho de que alguien que nace mujer y se siente hombre, tras operarse decida que no se encuentra ni hombre ni mujer. Pero eso sí, me gustaría que quienes tienen su máximo punto de preocupación en estas sensibilidades no olvidaran que, pese a toda ese abanico de posibilidad, sigue habiendo hombres y mujeres, que también tienen derecho a preservar su espacio. Y que son mayoría. O lo que es lo mismo, que conviene normalizar lo extraordinario, pero sin pretender que lo extraordinario sea lo normal y mucho menos que le robe su condición de normal a lo que lo es.

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