Lo complicado del boxeo es que es muy sencillo”, me soltó Watif el primer día que fui al gimnasio. Y me dolió más que un ... croché de izquierda en el hígado. Era como si me leyese la mano a través de las vendas y los guantes recién estrenados, como si tras el sudor de mis ojos viera los grandes titulares de mi vida escritos a cinco columnas en el alma.
Publicidad
“Golpear y esquivar; las dos cosas son importantes. Atacar y defender, las dos cosas”, insistía la ‘Reina de África’ al tiempo que me enseñaba frente al espejo: “Izquierda, derecha, ballesta, gancho de derecha, izquierda, derecha, finta, otra finta y crochet de izquierda”.
Nunca había sudado tanto.
De camino a casa, con los músculos buscando su sitio y una vez recuperado el resuello, me acordé de la frase que me había llegado por wasá esa misma mañana: “No hacer el mal está bien, no hacer el bien está mal”. Como lo de golpear y esquivar, lo de defender y atacar. Y empecé a darle vueltas caminando en línea recta.
La verdad es que a los chicos de la catequesis de confirmación siempre les digo que no basta con ser buenos, sino que hay que luchar contra el mal. Lo tienen tan interiorizado que cuando estoy a mitad de frase la terminan conmigo “...hay que luchar contra el mal”, repitiendo a coro con sus acentos sudamericanos.
Publicidad
Atacando y defendiendo, pienso de camino a casa. Izquierda, derecha, ballesta, gancho de derecha, izquierda, derecha, finta, otra finta y croché de izquierda.
En el salón la tele ilumina a mis hijas con sus dibujos animados.
“La clave está en las piernas”, me noqueó la boxeadora marroquí el segundo día de clase. La profesora me estaba dando otra lección al tiempo que se aplicaba para que ninguno de los poros de mi piel dejase de producir su correspondiente ración de sudor. Las piernas. Ni atacar ni defender, las piernas. Ni golpear ni esquivar. Entonces, no basta con ser bueno y luchar contra el mal... la clave está en las piernas.
Publicidad
Trataba de no perder la concentración haciendo sombra, pero me fue imposible completar siquiera la primera serie de golpes y fintas. “Anda, coge la comba”, dijo Watif ofreciéndome el cable con el que saltábamos para calentar, marcar ritmo y practicar la coordinación. “Si la cabeza no funciona, vas a necesitar doble ración de piernas”. Esta vez lo dijo bien alto, para asegurarse de que lo oyese toda la clase. Sentí que mi rostro emitía una mueca a medio camino entre la vergüenza, el agotamiento y el descubrimiento de una verdad inapelable.
Las piernas son el secreto del boxeo y de la vida, la llave definitiva que abre la puerta de la felicidad. Sólo necesito saber cuáles son las mías.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.