Ya no hay folio, hoy a los columnistas nos desafía una pantalla. ¿También es puta? Como dijo Gistau a Umbral, en ella “debe caber un ... hombre, un mundo y una mirada”, y a ver quién es el guapo. Este colaborador mira frecuentemente por el retrovisor. No es que carezca de porvenir, es que ha vivido demasiado y ha aparvado muchos escarmientos. Ese es el origen de mi divisa sabatina, lo que me llevó a titular este privilegiado espacio “Calle del desengaño”, que transito hace hoy 26 añazos. A ese ánimo decepcionado no lo tengo sin embargo por innoble. Góngora escribió: “Noble desengaño,/ gracias doy al cielo/ que rompiste el lazo/ que me tenía preso”. Don Luis no solo le prestó nobleza, sino que elevó el desengaño a la categoría de templo, en el que: “Colgaré.../ las graves cadenas/ de mis grandes yerros”.
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Me he enfrentado al puto folio unas 2.500 veces, diez arriba o abajo. Veintiséis años atado a esta columna -como el flagelado-, aunque nuestro patrono es San Simeón “el Estilita” (Siglo V), asceta que se subió a una columna y se tiró allí 37 años. En Siria, visité Alepo, y el templo derruido donde se conserva lo que queda de aquella columna. Es un pedrusco. Pero también David se sirvió de un guijarro para matar a Goliat, y Miguel Ángel hizo de un bloque de mármol su formidable David. La columna de Simeón, quince siglos a la intemperie, es un símbolo. Él estuvo subido más tiempo, pero ustedes me llevan soportando ya más de un cuarto de siglo. Cuando en estas páginas opinaban los recordados Paco Casanova, Don Lance, Dorado o Eneco.
Soy tan mayor que cuando hice la incursión en la política, en la prehistoria de la democracia, Esquerra Republicana tenía un solo escaño en el Congreso. Lo ocupaba el viejo y terco Heribert Barrera. Pronunciaba a duras penas el español, y cuando subía a la tribuna, vaciaba el hemiciclo. Hoy baste decir que son mayoría en el Parlament, y suyo es el presidente de la Generalitat. Me dicen que de aquellos 350 diputados, apenas quedamos 80, madrita. Ignacio Sánchez Cuenca, hoy catedrático, que anduvo por la USAL, ha debutado en El País afirmando que los constituyentes estamos “enfurruñados”. ¿Pero cómo coños no vamos a estarlo, con la tarea destructiva de una transición que tanto costó? Hasta el Guerra, don Arfonso, que entonces era el coco, le endiña al sanchismo con más dureza que nadie (por cierto, triunfa en las librerías Julia Navarro, “Yalito”, hija del entonces popular periodista Yale. In illo tempore la vi tumbada en un sofá del salón de pasos perdidos, por un mareo, presunto embarazo, mientras el Guerra, arrodillado, la abanicaba con un Boletín Oficial. O sea...).
Tengo una buena opinión del columnismo, aunque me he aburrido mortalmente con muchas columnas, incluidas algunas mías. Me aficioné leyendo a maestros como César González Ruano, Alcántara, Campmany o Camilo J. Cela. Por eso discrepo de Paco Umbral, que dijo en 1970: “Mi destino es escribir artículos hasta la muerte y ganar dinero a poquitos. Nadie me va a dar nunca un montón de billetes de golpe. Lo mío es el timo de la estampita, el toco-mocho del artículo diario, donde le vendes a un periódico un montón de palabras que no valen nada, que están en el diccionario, por unas pocas monedas”. ¡Pero con qué brillantez timaba Umbral!
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A mí me hubiera gustado tener el bisturí de Ignacio Camacho, el látigo de Raúl del Pozo, o los guantes de boxeo de David Gistau. Pero uno es lo que es y no da más de oui, como diría un cursi. Y mientras la empresa me aguante, amenazo con seguir poniéndome cada martes y cada viernes frente al puto, desafiante folio.
Tengan ustedes piedad.
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