LA semana pasada se hacían públicos los flipantes progresos económicos que está experimentando el patrimonio de algunos de nuestros políticos mientras buena parte de la ... población se desespera y empobrece.

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Se trata de una publicidad, no siempre bien digerida por nuestras autoridades, una vez superada su etapa de candidato con pisito en Vallecas y camisas de Alcampo, pero a la que desgraciadamente les obliga la ley, dejando al descubierto no sólo el negocio tan pluscuamperfecto que para algunos supone el aterrizaje sin escrúpulos en el mundo de la política, sino todo su completo catálogo de mareantes virajes y flagrantes contradicciones.

La partida más llamativa a este respecto es la que adorna la contabilidad que cubre las frugales necesidades del ya ex vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y de la actual ministra Montero, ingresos que podríamos calificar del más espectacular pelotazo de nuestra política, consiguiendo multiplicar en sólo 4 años de actividad pública su patrimonio por 6, superando las partidas del propio presidente del Gobierno o las de las ministras Calvo o Calviño. Concretamente y para los que aún no curiosearon el milagro económico de la pareja en el portal de la transparencia, decir que entre los dos ya superan el millón largo de euros.

Resulta llamativo su caso, porque eran precisamente ellos quien llegaban a la política y movilizaban su electorado con la idea de terminar con la casta, incorporando al discurso político consignas tan repetidas por tierra, mar y aire, como la siguiente de Pablo Iglesias que ustedes recordarán de sus mil y una entrevistas televisivas: “¿Por qué nosotros decimos que no vamos a cobrar más de tres salarios mínimos? Porque sería una auténtica vergüenza que nosotros, elegidos por los ciudadanos, le digamos no a un salario mínimo, mientras yo cobro 8.000 euros”.

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No se extrañen, por tanto, a la luz de su coherente trayectoria, que si como aseguran últimamente ciertas encuestas, el bueno de Pablo Iglesias perdiera el afecto de su desencantado electorado (“En el momento en que nos parezcamos mínimamente a la casta, estaremos muertos” era otro de sus habituales proclamas), acabe encontrando cobijo en alguna de esas puertas giratorias que tanto criticó y que fueron abrazando otros ilustres de nuestra política como Felipe González o Aznar. Tiempo al tiempo. Por el momento, progresa adecuadamente.

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