HAY personas que nacen con un mazo en la mano. Son esos seres que, cada vez que ven sobresalir un clavo, son poseídos por una ... fuerza enfermiza que les empuja a golpearlo con saña hasta volverlo a enrasar. Esta gente resulta más peligrosa que tener a Alec Baldwin como compañero de trabajo, porque aborrecen la virtud pues resalta su ineptitud.
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En el panorama político español tenemos algunos ejemplos de fúlgidas mujeres, como la combativa Macarena Olona, que cada vez que sale a la palestra, armada con el filo de la palabra y la contundencia de sus argumentos, no deja títere con cabeza; a Rocío Monasterio, que no necesita alzar su voz para callar a todos, o a Ana Pastor, política certera, preparada y gran lectora de mis obras, por cierto.
Y luego está la pobre Ayuso; en un partido donde aquellos que realmente la valoran tienen que decidir entre darle su sincero apoyo -ese que nunca trasciende en una declaración pública- o irse buscando otro trabajo. PSOE, PP y Podemos se dan la mano en una cosa: los tres funcionan como los regímenes totalitarios comunistas. Que se lo pregunten a Cayetana Álvarez, o a los cadáveres que dejó en su camino al poder el coletarra o al difunto químico, que calificó a Sánchez como lo que es: “Un radical de izquierdas, no un socialista”.
Ayuso incomoda porque -cuando le permiten hacer su trabajo- deja al descubierto la contumacia de propios y la inoperancia de extraños. Su don es la vara que calibra la incompetencia de los demás. Y en España eso de ser más capaz que tu jefe no es una bendición, es una desgracia. Fue la primera dirigente que pidió medidas de contención contra el coronavirus; cogió el toro por los cuernos y cerró geriátricos, colegios, universidades e institutos para evitar la propagación; pidió el control de los vuelos de Barajas; regaló mascarillas FFP2 e inició cribados generales y en farmacias. Promovió cientos de medidas que el Gobierno central denegó -ninguneándola- para luego claudicar y, cuando ya era tarde, aplicarlas.
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Pero el mayor enemigo de Ayuso no está en otros partidos, está en el suyo propio. Ayuso tiene un icástico cariz seductor y pizpireto de difícil impostura. Es la mujer que dio a elegir entre comunismo o libertad y que, por dondequiera que va, es recibida como una torera: con vítores y aplausos. Casado sueña con tener la mitad de las agallas de Ayuso, un cuarto de su carisma, algún residuo de su firmeza y una mota de su aplomo. Pero los milagros son en Lourdes, no en Génova 13, y, llegado el momento, el palentino intentará hacer como Saturno devorando a su hijo. De hecho ya la salpimenta.
Siempre pintan bastos para los traidores, ya sean los que vendieron al Hijo del Hombre o los que despreciaron una moción de censura. C’est la vie!
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