La diferencia entre la película de Lars Von Trier, “Los Idiotas”, y la España de hoy, es que aquí y ahora, en esta realidad indigna ... que hemos conquistado con tesón entre votantes, caraduras y terroristas televisivos, los idiotas no simulan su condición, son reales y, lo peor de lo peor, están orgullosos de serlo. Zapatero power. El triunfo no es ya llamarse Margaret Thatcher, Ramón y Cajal, Burt Bacharach o Luis Buñuel. El triunfo hoy es ser idiota y “marcar tendencia” como tal. Nuestros idiotas contemporáneos no son la elucubración de un guionista: inundan los medios de comunicación, se sientan en los parlamentos u ocupan cátedras universitarias al grito de “¡Muera la inteligencia!”. Nadie se libra. Sí, usted acertó: da mucho miedo.

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Aunque Pablo Iglesias no es nuevo en el olimpo de los idiotas (con marchamo de desalmado) su reaparición ayer con su nueva imagen de repelente niño con inquietudes, solo me provocó un río de náuseas. Náuseas por él y por el sistema de idiotas que se alimenta de estos parásitos engañabobos. Fotitos de estudio de Chez Podemos en las que el fugado político aparece, cómo no, sosteniendo de una manera ridícula un librito con el no menos idiota título de “¡Me cago en Godard!”, pobre Jean-Luc, pobre “Nouvelle Vague”, todo en manos de petulantes e indigentes intelectuales. Ray Bradbury lo sabía: el triunfo de los idiotas.

El posado de Pablo Iglesias, que recuerda a una figura de vudú, me ha llevado a la estratosfera no sé si de la pena o de la rabia. No tener capacidad de comprender ya casi nada, me tiene angustiado. Y lo intento, créanme que hago cada día un ejercicio de generosidad con el idiota. Menos mal que siempre puedo volver a 1967 y darme un paseo con Julia Roberts y tomarnos una copa de vino blanco en el RL de Chicago. Porque el mundo de hoy es lo más parecido a tratar de explicar la diferencia entre Jorge Javier Vázquez y Ted Turner. Llámenlo impotencia. O desolación. O abstracción de un mundo que ya no es el mío. Gente como Iglesias o Carmen Calvo tienen que desparecer, son un insulto a la élite (ya clandestina) no idiota.

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