He reproducido de Youtube “Como una ola” (tu amor llegó a mi vida, como una ola, de fuerza desmedida...) de la inolvidable Rocío Jurado, la ... hermosa canción de quienes fueron capaces de componer otras maravillas cual “Libre” (como el viento que recoge mi lamento...) o “Un beso y una flor” (un te quiero y un adiós...), José Luis Armenteros y Pablo Herrero. Trataba de olvidar lo prosaico, desapacible, amenazador, del coronavirus que ha llegado de improviso a nuestras vidas y las ha trastornado; de escuchar otro oleaje, poético, distinto al de la pandemia, en la que discuten si estamos en la segunda ola, en un rebrote de la primera, en la que va a coincidir con la gripe -tan puntual como mortal en otoño-, o en los umbrales de la tercera.
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Recuerdo aquel best-seller del fin de los setenta, del futurólogo americano Alvin Tofler, que llamó “olas” a cada una de las consecuencias biológicas, psicológicas, sociales y económicas que se derivan de cada civilización. La primera fue la revolución agrícola que duró muchos siglos; la segunda, la revolución industrial; y “La tercera ola”, que para Tofler era la sociedad post-industrial, en la que chicos y grandes hemos llegado a la Era de la Información, por no decir de la informática, que -en mi opinión, muerto el autor-, nos tiene sojuzgados y empantallados. Lo cierto es que Tofler la bautizó así porque en el mar dicen que la ola de más fuerza es la tercera. (Las feministas, por su parte, hablan de la cuarta ola, en la que tienen planteado el fin de los privilegios del hombre).
Como el poeta, para mi cuerpo dolorido, mi alma lacerada, mi vida fatigada... deseo “el mar, el mar y no pensar en nada”, pero prefiero el mar sin oleaje, en calma, mediterráneo. Dejo las poderosas olas atlánticas para que siga haciendo surf el señor Simón, al que estoy seguro que por colecta pública podríamos mandar al bravo océano portugués para que no volviera a aparecer jamás. Pero como seguirá, y estando todos amenazados, conviene recordar las últimas, sobrecogedoras notas del “Diario Íntimo” de González Ruano, el César de las columnas: “Apiádate, Señor, de mi inmenso y miserable miedo. El mundo me une a Ti, como un animal necesitado”.
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