Mientras nos dábamos los primeros chapuzones en las piscinas o ríos de Salamanca atisbando un verano próximo a la normalidad, avalado por los datos de incidencia que nos ponían como ejemplo en la Comunidad y en toda España, la Selección se topaba con Suecia y ... con Polonia. Mientras sacábamos pecho por lo bien que habíamos hecho las cosas durante las últimas semanas lo que hacía que el Hospital respirase cierta normalidad y más aún la UCI, sin apenas casos de covid, nos tirábamos de los pelos por el inicio de competición de la ‘Roja’ en la Eurocopa. Y en cuestión de una semana se han disparado todas las alarmas por volver a niveles de contagios diarios como no sufríamos desde febrero o que en un solo día -el miércoles- hubiera tantos casos como en las cinco jornadas previas. Con la misma proporción que el pesimismo hacia la Selección se ha tornado en euforia por la capacidad mostrada en los dos últimos partidos, unido a que Suiza -próximo rival- se haya cargado a Francia, quitándonos a nuestra bestia negra del camino.

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Mientras los agoreros nos llevan directamente a una nueva ola, con vuelta a las medidas restrictivas más duras, pese al importante ritmo de la vacunación, en el otro bando están los eufóricos que se ven celebrando la cuarta Eurocopa de España para convertirnos en el país con más títulos continentales. Me encanta disfrutar de todas estos panoramas desde mi atalaya particular.

No creo que ahora tengamos que dar la vuelta a la ‘tortilla de la vacunación’ y llevar masivamente a los jóvenes al Multiusos, alertados por el importante incremento de casos. Entre otras cosas, porque tiene mucho más sentido inmunizar a aquellos que, en caso de contagio, pudieran sufrir consecuencias más adversas que los pipiolos, desbocados tras la conclusión del curso académico. Desde mi atalaya también compruebo cómo la inmensa mayoría de la gente opta por mantener la mascarilla en la calle, pese a que ya no es obligatoria siempre que se mantenga la distancia de seguridad. Es decir, estamos concienciados sobre la importancia de poner todo de nuestra parte. Salvo en ciertos casos en los que lo importante parece ser el botellón y el desmadre. Y una cosa lleva a la otra. Es decir, el exceso de alcohol lleva a evitar las mascarillas, la distancia de seguridad y dispara los contagios entre los jóvenes.

Desde mi atalaya percibo que no sería demasiado problema recuperar los cribados masivos para poner coto cuanto antes a los casos y a los brotes para que no tengamos que tirarnos de los pelos en las próximas semanas en las que las fiestas en los pueblos nos volverán a poner a prueba. Es de esperar que los jóvenes, que han mostrado una enorme madurez durante la pandemia, sean conscientes de la tremenda facilidad con que el virus se propaga.

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Mientras tanto, Luis Enrique, seleccionador español, parece agazapado. Esperando a su presa. Buscando el momento en el que pueda saltar sobre ella y taparle la boca para acabar asfixiándola hasta la muerte. Reconozco mi debilidad por este tipo al que partieron la nariz cuando defendía a la Selección como jugador y al que han partido la cara como técnico de la ‘Roja’ por su pasado azulgrana. Luis Enrique tiene su propio ideario. Lo ejecuta con sus propias armas y con sus propios gladiadores, en los que cree firmemente. Esa es la clave del éxito. Creer en tu equipo, en tus piezas, desde los peones hasta el rey y la reina. Eso genera sinergias positivas, estímulos óptimos capaces de generar tal nivel de confianza que provocan que futbolistas no considerados ‘cracks’ ofrezcan un rendimiento impensable en otras circunstancias o en otros contextos. ¿Alquien pensaba antes de la Eurocopa que España podría aspirar al título? Probablemente no. Ahora son unos cuantos lo que lo creen. Probablemente, el propio Luis Enrique y sus jugadores. Un binomio que me recuerda a unos ‘ilusos’ que hace 26 años viajaban a Albacete convencidos de que la remontada de un 0-2 era posible. Y ya saben el resultado: 0-5 y la Unión a Primera. Seamos optimistas y soñemos con el título en la Eurocopa y el fin de la pandemia.

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