En las vísperas del motín de Fuenteguinaldo, tan parecido al de San Felices de los Gallegos e igualmente celebrado como el de Rollán o el ... de Vitigudino, en 1920, los científicos protagonizan el suyo y han reclamado en una de sus plataformas de expresión una “evaluación” de cómo ha actuado el Estado hasta ahora en la pandemia, porque las cuentas no les salen si miran las de alrededor. Estos científicos, tan elogiados por los poderes públicos y público en general, han sacado los pies del tiesto y a día de hoy nadie les ha respondido, quizá por el tiempo de vacaciones en el que nos encontramos. Probablemente, Felipe VI le pregunte algo a Pedro Sánchez en la recepción de verano en Mallorca. Oye, Pedro, que los científicos se han amotinado, como los de Fuenteguinaldo en 1620, mira a ver. Eso digo yo, mira a ver. El caso es que este lunes, ha contado Francisco Sánchez, que preside la asociación cultural “El Charaíz”, de Fuenteguinaldo, se va a hacer en el pueblo una lectura dramatizada del Motín con las voces de vecinos y la dirección de Juan Carlos Sánchez. El texto es de José Luis Herrero, que, espero no sea muy incendiario, que ya está la temperatura suficientemente alta y el asunto siempre es el delicado tema de los impuestos.

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Se ha dicho que los salmantinos tendemos a tranquilos –y así nos va, se añade—pero hemos tenido nuestros motines, unas veces por el precio del pan y otras por papeles e impuestos, así que de vez en cuando sí hemos montado alguna, aunque he echado de menos más motines porque a uno, en el fondo, los alborotos le dan la vidilla y aspiro a que un día nos declaremos cantón, ciudad independiente o ciudad-estado.

Un motín de batas blancas es lo apropiado en estos momentos en los que tenemos a sanitarios e investigadores en pedestales. Así que, venga, mire a ver, presidente, qué hacemos con esa evaluación, ahora que evaluamos todo, desde la monarquía a la salud.

Pero, antes de este motín científico eran los hosteleros los que agitaban un motín. Álvaro Juanes, el presidente, pedía calma, pero el patio estaba muy revuelto contra el directorio sanitario. Se han calmado con la concesión de una aplicación controladora, aunque saben que están en el punto de mira y el ambiente, con calor, sin fiestas ni bares de madrugada no juega a favor de la tranquilidad.

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Los concejales de fiestas han sido borrados del verano y su lugar lo han ocupado los concejales de cultura, como me admitían esta semana la concejala cultural de Guijuelo, María Jesús Moro, o el alcalde de Rollán, Leonardo Bernal, por ejemplo. Están los concejales de la cosa festera desaparecidos en combate, como el “emérito”, nadie lo dice, y lo mejor es que, en muchos casos, tienen ya hecho el trabajo del año que viene porque, como las bodas de este año, todo se pasa al próximo. También las bodas, sí, como me comentó hace unos días el catedralicio Jesús Terradillos. No sé dónde van a caber todas las bodas el próximo año. Esperemos que no haya un motín de novios, que no veo cerca un pacificador como lo fue Federico Anaya, que nos murió un 10 de agosto de 1925. Ahí dejo el dato.

El caso es que donde había paella popular ahora hay pintura al aire libre, la verbena se ha sustituido por cine al raso de la noche, la charanga es hoy teatro familiar, el tiro con escopeta a los palillos es este año cuenta cuentos y donde había hinchables ahora se ve un descampado infinito. Y entramos en la semana más festera del año y en qué condiciones. Una penita. Y con el miedo en el cuerpo por las cifras de contagios en aumento. Sé que no es muy científico, pero a San Roque, santo de la peste, y esto lo es, hay que bailarle este año mucho. No me pregunte cómo, pero mucho, ante de que el virus se amotine.

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