Solo en política son habituales los milagros. Solo algunos políticos, y sus militantes menos pensadores, son capaces de defender una cosa y la contraria con idéntica vehemencia en un corto espacio de tiempo. Esta semana usted y yo hemos asistido a la prodigiosa conversión europeísta ... de Pablo. No me diga que no ha tenido morbo ver a Iglesias aplaudir el rescate de los fondos europeos. Se acabaron de un plumazo los eslóganes del pasado, los motes de Merkel, los adjetivos despectivos para los asfixiantes recortes, los “austericidios” o el miedo a la llegada de los hombres de negro. Adiós a las viejas peticiones de salida del euro o del impago de la deuda. Todo es diferente cuando se ve desde un despacho del Palacio de la Moncloa y cuando el dinero de Bruselas puede conseguir la propia supervivencia del Gobierno.
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Vaya por delante que el acuerdo alcanzado, después de 90 horas de cumbre, es una de las mejores noticias que hemos recibido tras el sablazo del virus. Por fin Europa ha demostrado ser una unión solidaria en medio de una pandemia en la que cada uno estaba haciendo la guerra por su cuenta. El fondo de reconstrucción es el respirador necesario para que las economías más castigadas, como la nuestra, no entren en la UCI. Y si hay una ocasión en la que Bruselas puede salvar vidas y ruinas, es ésta.
Pero el dinero en sí no soluciona nada. Lo saben muchos de los que lo han tenido y después lo han perdido. La clave es saber invertirlo, para entre otras cosas, poder devolverlo con el menor sacrificio. Por eso no entiendo que se celebre tanto el acuerdo, sin ni siquiera haber leído antes la letra pequeña.
Pedro Sánchez se ha hecho rodear esta semana de aplausos para vestir de triunfo ese salvavidas que nos exigirá recortes a cambio del crédito. Para empezar nuestro país será uno de los mayores receptores de fondos, pero también seremos uno de los grandes contribuyentes. Así que el saldo neto se quedará más o menos en la mitad de lo anunciado. Después vendrán las condiciones, esas cláusulas que impone todo el que presta el dinero. Y ya se puede usted imaginar que la principal no va a ser nueva. Europa nos volverá a pedir que no gastemos más de lo que tenemos para no estar siempre pidiendo ayuda. Y ahí es donde pueden acabar salpicadas las pensiones, los sueldos de los funcionarios, las ayudas públicas o los impuestos. Y también, cómo no, Bruselas consagrará como intocable la reforma laboral por mucho que los socios del Gobierno hayan prometido derogarla, incluso a Bildu.
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Si usted repasa lo que acabo de escribir es justo lo contrario a lo firmado por Iglesias y Sánchez en su programa de Gobierno. Veremos cómo lo justifican cuando llegue el momento. Entonces no bastará con la teatralización del aplauso o con cambiar un eslogan. Van a necesitar otro milagro para poder explicarlo.
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