BARES con aforos desbordados, comercios con colas infinitas, conciertos de voz en grito, calles arrinconadas de gente... el paisaje de estos días desafía la capacidad ... de estrés pandémico del más pintado. Casi dos años después, la covid se resiste a desaparecer de nuestras vidas y nos obliga a la mutación social. Puro darwinismo, aunque aquí lo de la supervivencia tenga una mayor dosis de azar.
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Toca el turno de vivir con el miedo pegado a la piel, con la sensación de riesgo en permanente ebullición, con la certeza de que este virus ha nacido para quedarse y girar nuestro estilo de vida, vuelta tras vuelta. Es posible que haya llegado ya el día de normalizarlo todo para volver a ser más normales, de asumir que las estadísticas de contagios, de hospitalizados y de muertos serán rutina del día a día, como lo son los fallecimientos por cáncer de pulmón o de infarto de corazón, sin que nadie se escandalice porque el paisano del turno sea de paquete diario o se alimente de megaultraprocesados azucarados. La sociedad construye rutinas para asumir y disimular sus problemas y en ese camino estamos.
Aunque todo avance tiene su resistencia, también con su carga paradójica, y esta semana hemos vivido un buen ejemplo. La Junta, después de marear durante un mes con la implantación del pasaporte covid, descarta la medida por la ‘falsa seguridad’ que podría generar entre el paisanaje, y lo fía todo a la vacunación y a la responsabilidad individual de los ciudadanos. Ante esa ausencia de norma, son los sectores económicos más afectados durante la pandemia, los que han encabezado las protestas por las restricciones, los que reclaman, desamparados, medidas de control al gobierno regional. Curioso y radical giro en el concepto de libertad, que diría la señorita Ayuso.
Así que toca ir por la vida vestido de incertidumbre, sin saber si el que tipo que está rompiendo el nivel de decibelios en la mesa contigua, en tu restaurante favorito, tuvo a bien ponerse la vacuna; o si el tendero que te sirve cuarto y mitad con la mascarilla por debajo de la nariz, de forma involuntaria, es un positivo asintomático. Las combinaciones, variaciones y permutaciones de las situaciones de riesgo son infinitas en el día a día, y no todas se pueden esquivar, aunque se respete la norma de la mascarilla. Somos seres sociales, necesitados del contacto, de la palabra directa y del abrazo, y puede que haya llegado el momento de aprender a vivir con el miedo pegado a la piel.
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