Cuando de pequeños nos quitaban el balón, jugábamos a asociar palabras. Nos sentábamos en círculo y alguien decía una que podría ser madre, dinero, guerra, ... escuela, sexo, revolución o mandarina. Los demás debíamos contestar a toda velocidad lo primero que se nos pasara por la cabeza: leche, bicicleta, paz, mortadela, Juanita, Beatles, o Benidorm. Quedaba descalificado el que tardara en contestar más de tres segundos. Luego, nos maravillábamos con las sensateces o barbaridades que se nos habían ido ocurriendo. Solían ser muy divertidas aquellas que carecían de sentido, esas balas mal disparadas con las que se entretienen los psicólogos.

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Al escritor Pérez-Reverte le soltaron el sábado en una entrevista de televisión la palabra “presidente”, y contestó sin pensar: “killer”. Lo hizo inmediatamente. Pero a lo peor se la traía pensada de casa. Los escritores no dan puntada sin hilo. Por lo demás, aunque Reverte es académico, conoce bien las sutilezas del lenguaje. Prefirió utilizar el anglicismo “killer”. Si lo hubiera traducido directamente al español, es decir si hubiera dicho “asesino”, hubiera sonado demasiado heavy.

De hecho, también nos referimos a “killer”, con mucha admiración, hablando de goleadores como Cristiano o Lewandowski y hasta se le ha aplicado al amabilísimo Rafa Nadal por su capacidad para noquear a cualquier tenista que se le ponga por delante, da igual si Federer o Djokovic. Es más, parece que en este sentido metafórico lo utilizaba el autor de las famosas aventuras de Alatriste puesto que seguidamente aclaraba: “Pedro Sánchez ha matado a Rajoy, a Felipe González, a Alfonso Guerra y mataría al Rey si pudiese”.

Acostumbrados a que en este país solo tienen bula para insultar los propios políticos (Casado, Ayuso o Abascal llevan llamando directamente asesino a Sánchez desde que se declaró la pandemia), a Reverte le cayó inmediatamente una lluvia de palabras asociadas donde en ningún caso se contempló la palabra bonito, pero reconozcamos que ha sabido captar como nadie la personalidad de un político indefinible y sorprendente, que al mismo tiempo parece torpe e inteligentísimo, angelical y perverso, mentiroso y sincero. Efectivamente, ese al que para bien o para mal, no nos cuesta imaginar cada mañana mirándose al espejo mientras escucha a su grupo favorito (The Killers, por supuesto) y se anuda la corbata repitiéndose en voz baja: “Vamos a ver a quién nos cargamos hoy”.

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