Hemos perdido. El jálogüin ya es oficial. Hoy, jueves 31 de octubre de 2019, por primera vez en la historia de este país —que ... creíamos tan nuestro—, los niños no van al colegio. Dicen los profesores y los que se dedican a rellenar los calendarios escolares que no es por lo de las calabazas y las pelis americanas, que se celebra el “día del docente”. No sé si reírme o asustarme. O las dos cosas.
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Porque aunque a los españoles nos gusten las fiestas y seamos capaces de encontrar las excusas más peregrinas para apuntarnos a un sarao, esto de las brujas, las arañas, las chuches y demás zarandajas era tan innecesario como ridículo. Más que nada porque nosotros ya teníamos una fiesta doble el 1 y 2 de noviembre con el día de Todos los Santos y el día de Todos los Difuntos.
Pero no, parece que lo de ir a visitar a nuestros muertos al cementerio, echar una barrida a la lápida para darle luego un agua con la espontex, poner unas flores y recitar un padrenuestro para pedirles que nos echen una mano a los que aún andamos a este lado de la vida, como que no.
Todavía hay quien trata de justificar el cambio de celebraciones poniendo a los niños como excusa, no sea que se vayan a traumar yendo al cementerio para conocer a sus ancestros. Es mucho mejor que se disfracen de gilipollas el día antes de no ir al colegio y que se pasen la tarde tocando los timbres de la gente para soltar, sin venir a cuento, ese ridículo e incomprensible “truco o trato” inoculado en sus pueriles cerebros por unos maestros entregados a la jolibudiense cultura del jálogüin. Y eso sí que da miedo.
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Hemos perdido, y me duele. Mucho. Porque yo soy muy de conocer otras culturas y participar en sus celebraciones. Incluso me tengo por uno de los más acérrimos defensores de la mezcla, del enriquecimiento mutuo, del compartir. Especialmente en lo que se refiere al comercio y el bebercio, centro de cualquier fiesta que se precie. Pero también de sus músicas, sus gestos y sus textos. Pero es que el jálogüin es una caricatura de nuestra fiesta de difuntos.
Decía un compañero que no entendía cómo había quien comía hamburguesas fuera de casa teniendo solomillo en la suya. Y es lo que me pasa a mí con esta gran mentira de las calabazas de plástico, las telarañas de azúcar y las brujas de diseño. No entiendo cómo teniendo nuestros cementerios, nuestros antepasados, nuestros buñuelos, nuestras misas y nuestros muertos tenemos que importar una patraña, disfrazar a nuestros hijos de cucurbitáceas y aguantar que los profesores camuflen esta absurda e innecesaria colonización cultural mirando a otro lado y queriendo que aceptemos como trato lo que es un burdo truco.
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