Tenía muchas ganas de hincarle el diente a “Sangre, sudor y paz”, el libro en el que el antiguo jefe de la UCO, el coronel de familia salmantina Manuel Sánchez Corbí; el periodista Gonzalo Araluce; y el escritor Lorenzo Silva repasan la batalla que ha ... librado la Guardia Civil contra ETA en el último medio siglo largo. En sus primeras páginas he encontrado una carta que la banda terrorista envió al instituto armado en 1967 con el objetivo de minar la moral de los agentes, que ya empezaban a notar que estar destinado en el País Vasco no les iba a salir gratis.

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“Aunque ustedes no lo crean, nosotros comprendemos perfectamente su situación y su forma de actuar -comenzaba la misiva-. Sabemos que en la mayoría de los casos no están aquí por su voluntad”. Después, les avisaban de que se iban a autocondenar “a vivir en un mundo odiados y despreciados por el pueblo”. Y remataban instándoles a abandonar sus puestos y su trabajo: “El pueblo vasco olvidará su condición anterior y le dará trabajo y amigos, y si es soltero alternará con las chicas como todo chico normal y se liberará de una serie de cargas emocionales, preocupaciones y complejos”. Ya apuntaban a perdonavidas. Terrible.

Pero este ha sido y continúa siendo el ambiente que se respira en muchos espacios de las provincias vascas y de Navarra. Lo digo por experiencia.

Ahora, una vez que ETA ha dejado de matar, la izquierda abertzale se encuentra en proceso de blanqueamiento. Hay cosas que no pueden evitar, no obstante. Como la cara de mala leche de todos sus dirigentes cuando posan juntos. No sé por qué, pero parece que están siempre enfadados. Este fin de semana nos volvieron a regalar esta imagen durante la clausura del congreso que Sortu -el partido que maneja los hilos de la coalición EH Bildu- celebró en un frontón de Bilbao. La mayoría de su militancia respaldó a la nueva dirección de esta formación abertzale, en la que exjefe de la banda terrorista David Pla, curiosamente también de origen salmantino, se ha incorporado como responsable de Orientación Estratégica y vicesecretario general tercero nada menos. Parecía que era el único que sonreía al posar para la foto.

Este tipo, cuando faltaban un par de años para cambiar de siglo, aseguraba que Euskal Herria vivía “en una situación de no democracia, en la que la violencia era un método válido”. Trece años después, escondido tras una lúgubre y cobarde capucha, puso la voz al cese definitivo de la violencia terrorista. A diferencia de otros dirigentes etarras, al no tener delitos de sangre, apenas cumplió una condena de cinco años en cárceles francesas por asociación de malhechores. Y con su incorporación a la directiva de Sortu poco menos que se convierte en un angelito capaz de negociar presupuestos con el Gobierno de Pedro Sánchez.

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Porque si en su momento el PNV blanqueó a Herri Batasuna porque le interesaba, en la actualidad es el presidente del Gobierno quien pacta sin pudor alguno con ellos, aunque España les importe un carajo. Y les permite la celebración de sonrojantes ‘ongietorris’, y les acerca a los presos con salvajes crímenes a sus espaldas, y con su tibia actitud les da esperanzas en su camino hacia la autodeterminación.

Estas cesiones constantes por un puñado de votos, que tienen también su reflejo en Cataluña, alimentan el asfixiante ambiente que vive en estas dos comunidades autónomas cualquiera que se considere español. Y aunque tanto el PP como el PSOE, cuando han estado en el poder, se han puesto de perfil en más de una ocasión al gestionar este conflicto, lo que está ocurriendo ahora es inaudito. Por eso, no es extraño el perjudicial ascenso de Vox en parte del electorado. Porque una cosa es la tolerancia y el respeto a la opinión de los demás, y otra muy distinta, hacer el canelo, que es lo que está haciendo Pedro Sánchez.

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