Dice un compañero periodista que en la guerra, en el amor y en las campañas electorales, todo vale. Esta semana, incluso meter al Papa de ... por medio. Más de uno se ha apropiado de las palabras que Francisco intercambió con Jordi Évole en su celebrada entrevista. Esa que ha arrancado aplausos y levantado ampollas. Ha despertado conciencias y ha hecho correr ríos de tinta, todo junto y a la vez.
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El Papa Francisco no es un pontífice al uso. Y para un periodista, el simple hecho de sentarse frente a frente con la cabeza visible de la mismísima Iglesia Católica, es toda una meta. Sea o no creyente. Aunque para ello haya que pactar un cuestionario. Aunque por delante haya habido años de trabajo (cuatro, concretamente) con decenas de llamadas o mensajes a enviados a través de emisarios que viajaban al Vaticano —lo ha confesado el propio Évole—. Los buenos trabajos se cocinan así, a fuego lento.
Jorge Mario Bergoglio se maneja bien frente a la cámara y los micrófonos. No los evita porque sabe que pueden ser aliados. Célebres son ya sus ruedas de prensa en pleno viaje de avión. Y si a Juan Pablo II lo bautizaron como el ‘Papa mediático’, Francisco no merece menos. Derrochó elocuencia en lo que quiso y se contuvo cuando veía venir algún jardín. “Va usted con pies de plomo”, le guiñaba Évole para ver si se mojaba.
Y no debió de resultarle fácil hablar de los ‘sin techo’ que duermen en la plaza de San Pedro. Ni de los abusos sexuales cometidos en la Iglesia, de si ésta debe o no pagar impuestos, de feminismo, del papel de la mujer en la Iglesia... Habló de nuestra Memoria Histórica; habló de los muertos que aún siguen en nuestras cunetas y dijo que así, “un país no puede reconstruir la paz”. Repartió a diestro y siniestro y quizá por eso levantó tanto polvo. “Es un populista”, decían algunos en Twitter. “Este Papa le gusta a todo el que quiere quemar una Iglesia” han dicho otros.
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Y mientras, Francisco zarandeaba conciencias. “El mundo se olvidó de llorar”, dijo con una concertina en la mano. “Aquel que levanta un muro se convierte en prisionero de ese mismo muro”. Metía el dedo en la llaga de la inmigración, que duele. Y a mí me faltó entonces la réplica: “¿Qué hacemos entonces con el problema de la inmigración, padre?”. La entrevista duró una hora y aún dejó muchas preguntas por el camino.
Pero detrás de todo esto, el mayor logro del Papa es haber conseguido sentar frente al televisor a tantos devotos, creyentes a medias, ateos o agnósticos. Hizo llegar su mensaje a 4 millones de personas. En un momento en que la Iglesia vive sus horas más bajas de popularidad, Francisco predicó. Y desde luego, no en el desierto.
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