Los quehaceres del campo jamás pueden demorarse o hacerse esperar y, los que viven y se ocupan del campo, lo comprenden y saben. Por más ... que vengan mal dadas. Por más que sea domingo o día de guardar. Por más que caigan chuzos de punta o que el cierzo cuartee las manos. Porque, en el campo, la tierra y los animales son insobornables a la pereza y al hambre.

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Y ahí está el agricultor, día sí y día también, desterronando, fertilizando, escardando y cosechando el surco. Y ahí el ganadero, alimentando la rumia, desparasitando o atendiendo la parición. Un idilio que exige muchísimo esfuerzo, muchísimo dinero y un tiempo ingente de dedicación diaria a la administración. Aunque para muchos friquis el campo tan solo sea ese locus amoenus de inspiración virgiliana, donde balan los corderos, se recita poesía y suenan las flautas. Vendría bien recordar a tanto snob que los pastores, después de desgañitarse a cantar, además comen. Y ahí lo dejo.

Más allá de la Salamanca universitaria, turística y ciudad de servicios, existe una Salamanca rural que también es empresa y pide urgentemente aire para poder sobrevivir. Porque el campo está en gravísimo riesgo de asfixia y las administraciones tienen que dejar de mirar para otro lado y pisarlo con sus propios pies, para primero comprenderlo y después legislar. Yo invitaría a cualquiera de los que se sientan en los despachos a decidir, a colarse de incógnito en alguno de los tantos corrillos de agricultores y ganaderos que se suceden cada día en nuestra provincia y, simplemente, poner el oído. 362 pueblos son muchos pueblos para poder elegir.

No sé si resistirían más de cinco minutos ante tanta quejumbre y desolación. Una política sanitaria implacable que marca vacas a diestro y siniestro, paralizando y arruinando explotaciones. Medidas de transición ecológica que alimentan con ovejas vivas el hambre sanguinaria de los lobos. Los buitres sobrevolando los atascos en los partos, la indefensión de las crías, la infosura paralizante de los caballos viejos. Las sobrecogedoras facturas del gasoil, el agua, la electricidad, el cereal, la semilla, el abono, el pienso. Los ‘pedropagos’ negándole la subvención a la Cultura de los animales de casta. El ministro de Consumo en guerra abierta contra el ‘consumo’ de carne. El de Agricultura, Pesca y Alimentación ajeno a un inminente colapso que parece inevitable, porque los gastos de producción están muy por encima de la ‘producción’.

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Sí, la realidad del sector agropecuario está agonizante y tiene un zumbido adentro, casi patibulario. Aun así, mañana, sus hombres y mujeres se levantarán a trabajar.

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