Durante décadas, las pruebas de acceso a la Universidad han sido como el coco para los estudiantes de Bachillerato. Ese maldito examen ha preocupado hasta ... los límites a varias generaciones, y no parece que el martirio vaya a terminar pronto.
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La Selectividad —antigua Reválida, actual EVAU o EBAU, según la comunidad donde se celebre— tiene algo de liturgia nacional. Cada principio de junio, una extensa remesa de adolescentes sobrelleva como puede esa sensación de posible caída a un precipicio. Decenas de expertos no paran de aconsejar obviedades en los medios “descansa las horas necesarias, organízate...”. Y el resto de adultos asistimos al evento entre compadecidos y espantados. Nostalgia no hay, porque a nadie nos gustaría volver a estar en ese pellejo. Por mucho que te digan que al final aprueban 19 de cada 20. El trance hay que pasarlo, y punto. Y lo pasas tú, con tus miedos a cuestas.
“Es que aquí se lo juegan todo”, “es que de ello depende su futuro”, etc, etc. Cada vez que escucho a alguien decir eso, se me abren las carnes. El futuro de cada uno depende de miles de factores. De los cientos de exámenes que se han tenido que pasar hasta llegar a la Selectividad, para empezar. De qué camino escojas luego y de cómo lo gestiones. De cada pequeña decisión que tomes en la vida. Y de la suerte, que también está ahí.
Que se lo digan si no a los cientos de alumnos “damnificados” por el examen de Matemáticas de la Comunidad Valenciana. Dicen que les tocó uno tan difícil que han acudido en masa —alumnos y profesores— a firmar una petición para que se repita. Y con ello ha vuelto a surgir la polémica de siempre: ¿No debería acordarse un examen único para todo el país? Desde el Gobierno se han imaginado lo complicado del asunto y por si acaso, ya han dicho que en esta legislatura, no.
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Voy más allá. ¿No tendría más sentido jubilar un modelo de examen que tiene más de 40 años y permitir que las facultades presentaran sus propias pruebas de acceso, según la especialidad? La Selectividad busca fijar criterios de igualdad en el acceso a la Universidad. Pero cada alumno y cada carrera son todo un mundo.
Pasado ya el primer trago, ahora falta el segundo: el de conocer las notas. Esta prueba cuenta un 40% de la calificación final y el Bachillerato un 60% —al menos se premia ligeramente el trabajo de todo el año—, y desde aquí les envío todo mi ánimo y comprensión a esos alumnos y sus familias. Verán como al final casi nunca es para tanto. Con los años y desde la distancia, cada vez comparto menos ese “mito” terrorífico que acompaña a este examen. Les deseo que con el tiempo, lo recuerden como aquel que les hizo comerse el coco hasta que por fin consiguieron pasarlo y no como si la Selectividad fuera el mismísimo coco.
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