Las malas cifras turísticas de julio convierten en una bendición a cada turista que camina por la ciudad. Entran en Salamanca como salidos de un ... cuentagotas y pasean tras sus mascarillas descubriendo o redescubriendo detalles. Uno de esos detalles es el medallón “fantasma” de Manuel Godoy en la Plaza Mayor, que se inauguró el 25 de agosto de 1806 y tuvo de testigo a Meléndez Valdés. Dos ilustrados y acusados de “afrancesados”. Dos figuras controvertidas, dicen los historiadores. Es curioso que Godoy fuese designado “generalísimo” igual que Franco y que los medallones de ambos... en fin, ahí los tiene o más bien no los tiene. Bajo el medallón fantasma del Príncipe de la Paz discurre la calle del Prior que te dejaba en otro tiempo muy cerca del “Chino”, del Barrio Chino, del que se han hecho menos crónicas de las que merece. Ángel Sevillano ambientó su novela “La carioca” en la barriada del pecado, que también aparece en la de Luis García Jambrina “En tierra de lobos” (no, no tiene nada que ver con las aventuras de Fernando de Rojas); lo mismo que está detrás de “María Magdalena”, de Rafael Luna, que es el alias de la escritora salmantina del siglo XIX Matilde Cherner, y en “Los Milagros y sus gentes”, de José de Juanes, que escribió en este periódico, igual que lo hace hoy Alberto Estella, que ha citado alguna vez episodios del Barrio, como lo hicieron Pedro Casado o Enrique de Sena, por ejemplo.

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El “Chino” y sus cosas han formado parte de la literatura y la prensa. Un barrio que tuvo de precedente, mientras duró, la Casa de la Mancebía, que era asunto de la Corona y concesión administrativa. Entre la “Casa” y el “Barrio” las “tiendas de carne” citadas en “La Tía Fingida”, de Cervantes, salpicaban la ciudad, que era un reino o república de estudiantes en el que se acuñó el “Por San Lucas a Salamanca, puntas”. La prostitución se ejercía en mesones, casas y a domicilio. El estudiante del Siglo de Oro Girolamo de Sommaia anotaba en su diario las dulces “visitas”, quizá para recordarlas. El “wólfram” de “Tierra Brava”, de José Luis Martín Vigil, y la Guerra Civil ayudaron mucho al desarrollo del histórico “Chino”. Y hoy están los clubes de alterne e internet marcando el paso de la prostitución en estos tiempos, aunque la pandemia y sus rastreos echan el cierre a los garitos de carretera para desesperación de sus parroquianos, la misma de aquellos que vieron clausurar la Casa de la Mancebía y eliminar el “Chino” con la pala excavadora. Esto es más que el destierro cuaresmal hasta el Lunes de Aguas, pero es lo que hay: son un foco de contagio y nadie va a admitir que el Covid 19 le pilló allí. Pero estoy con el maestro Estella que escribió en “El quicio de la mancebía”, aquí mismo, hace casi dos años: “No ha nacido aun quien consiga vencerla”. A la prostitución, se entiende. Pero hay que intentarlo.

Resulta curioso que en el pasado hubiese turistas que visitaran el “Chino” como parte obligada de su estancia –era famoso en España entera—especialmente cuando llegaba la feria de septiembre, que mire en qué se nos está quedando. Circo junto a la tapia de las Bernardas y nada más, por ahora. Ni casas ni casetas, ni caballos ni caballitos, ni vacas ni toros... Esto hubiera sido la ruina de aquellas casas públicas de Sierpes, La Esgrima, Ancha, San Blas y compañía, como lo es hoy de feriantes y hosteleros. Con el cosechón de este año hubiese sido –y habría sido—una feria extraordinaria, dicen los del campo. ¡Qué nos quedará por ver! De momento internet en hoy la Casa de la Mancebía de estos tiempos.

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