AS preocupaciones fundamentales del ser humano siempre han sido las mismas: el amor, la muerte, la ambición y las grandes pasiones entre las que, en ... algunos casos, bien podría incluirse la gastronomía, el placer de la mesa y de la sobremesa con buenos amigos, a ser posible. Hasta el punto de que suele importar más la agradable compañía que la excelencia de los propios manjares. Quienes todavía conservamos un cierto hedonismo y tenemos a Epicuro en uno de nuestros altares, estamos preocupados por la injusta persecución que padecemos quienes aún reivindicamos los placeres de la carne, entendida en todas sus acepciones. Me incomodan aquellos que atentan contra el honor del noble cerdo y reprueban su inclusión en nuestra dieta alimenticia. No acabo de entender tanta hostilidad hacia esa noble criatura sobre la que la naturaleza desparramó sus complacencias. No sé a qué viene tanta zalagarda en torno al cochino y sus atributos. Salvo que se sea musulmán, claro.
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No es la primera vez que me ocupo de este asunto, acaso debatido ya en exceso, pero sin que el cerdo —también en todas sus acepciones— haya perdido un ápice de actualidad. Nada tengo en contra del credo vegetariano, vegano o flexitariano. Allá cada cual con su paladar y su metabolismo. Si alguien cree que a las vacas no se las debe ordeñar, aunque revienten; si los huevos son fruto de la violación del gallo lúbrico y rijoso; o si la miel debería dejarse en las colmenas para alimento de los osos, allá él (o ella o elle).
Pero es el caso que, según informaba Rosalía Sánchez desde Alemania, las universidades de Berlín reducen al mínimo el consumo de carnes y pescados en los menús de sus comedores en aras de una supuesta “cocina climática”. Y eso en un país en el que el pescado casi ni se ve (salvo las truchas y poco más). Allí el cerdo es el producto dominante en las incontables variedades de salchichas, hamburguesas y fiambres en general. Como en toda Centroeuropa.
California es, según las estadísticas, donde más cerdo se consume en Estados Unidos. A partir de enero próximo la ley obligará a que cada animal estabulado disponga de un mínimo de metros cuadrados, algo que hoy por hoy cumple tan solo una exigua parte de la industria porcina. Los criadores han esgrimido el carácter anticonstitucional de la ley, pero sin éxito. De momento, no parece afectarles el debate de las macrogranjas, como sucede aquí.
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Puede que los cuentos infantiles de “Los tres cerditos”, “El cerdo, los carneros y el lobo” y otras fábulas de Esopo en las que el gorrino y los corderos son protagonistas, acaben desapareciendo de la cultura europea tras dos mil quinientos años de pervivencia. Pero, eso sí, nos quedarán el Rey León, Bambi y otras cursilerías infantiloides que en el futuro serán la madre del cordero.
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