De las propuestas televisivas más interesantes del momento (y no hay muchas, a pesar de todo) está la miniserie “Supongamos que Nueva York es una ... ciudad”, en la que la formidable cronista de la Gran Manzana Fran Levowitz despliega una narrativa llena de humor sobre su ciudad y sus paisanos. Es fácil ver a Salamanca como un campus más que como una ciudad, y en especial desde que hace algo más de ocho siglos comenzó a desplegarse su Universidad. Así, muchos de nuestros monumentos de referencia tienen relación directa o indirecta con el Estudio, que es, el origen de nuestra fama y alma de nuestra economía. Y del ambiente. También nuestras grandes figuras tienen su vínculo universitario. Salamanca solo puso entonces sus buenos aires, sus aguas y abastos, que no es poco: todo lo demás se lo debemos la Universidad.

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Aquí, el auto confinamiento que promueve Francisco Igea como una revuelta comunera contra el pánfilo Illa, que no se entera y no nos confina como dios manda, le dicen, es tan complicado como evitar las tensiones sexuales en “La isla de las tentaciones”, título que también podríamos aplicar a Salamanca, como ya hicieron escritores del pasado, como Cervantes o Fernando de Rojas. El Rojas detective de Luis García Jambrina ya tiene desde el pasado jueves nueva aventura en las librerías, el “Manuscrito de Barro”, con escenario criminal en el Camino de Santiago, lleno también de tentaciones, como la vida misma, que nos recuerda la condición de jacobeo de este 2021 lleno, de momento, de miserias y preocupaciones. Este Rojas personaje también cayó en las tentaciones de la ciudad, cuando ya era campus, y carga con ellas. Esa condición de campus o ciudad-campus complica el auto confinamiento aún en exámenes, así que la propuesta revolucionaria de Igea, expuesta con la monotonía del canto de un sapo, va a costar.

Todo, sin embargo, juega a favor de ese quédate en casa, como el tiempo o la supresión a última hora de las actividades culturales --¡qué pena lo de Fuel Fandango y Alejandro Lucas Trío! —incluidas las exposiciones. Pero ya veremos qué pasa cuando salga el sol y los días sean más largos. Llegue el Lunes de Aguas, por ejemplo, que entonces tenía el aspecto de fiesta universitaria empedrada de tentaciones, como ya relatara Francisco Fernández Villegas e insinuase Meléndez Valdés en su carta a José de Cadalso, que ha recogido Gustavo Hernández Sánchez en su libro sobre las fiestas estudiantiles salmantinas. Villegas tira por lo gastronómico y Valdés por el lado puteril. Rafael Luna, que en realidad era la escritora salmantina Matilde Cherner, también buscó esa relación entre tentación, prostitución y estudiantes en su “María Magdalena”, que escandalizó a los lectores del XIX. La historia del “Chino” siempre se comienza por la Casa de la Mancebía.

Ese carácter de campus-ciudad era más evidente antes del Campus Miguel de Unamuno, cuando los estudiantes atravesaban la Plaza Mayor para llegar a la Rúa, y a la altura de la Casa de las Conchas se dividían: los de Letras hacia Anaya y los de Ciencias, por Serranos, hasta Balmes. Hoy están más repartidos. De este modo, la Rúa era la gran arteria universitaria, una calle que ahora languidece sin los turistas que la llenaban hace un año buscando las tentaciones de la ciudad, y que nos sorprende, de vez en cuando, con alguna fiesta sin control en un piso. Hay quien, a la vista de esa languidez, se ha confinado para evitar arrastrar el alma con los pies.

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