La pasada semana, en la que se celebró el foro del cerdo ibérico, me vino a las mientes Puigdemont. La verdad es que no debería ... haber motivo alguno para esa asociación entre el noble cuadrúpedo de bellota y el bípedo de Waterloo, lugar donde Lord Wellington, duque de Ciudad Rodrigo, humilló al corso Napoleón. Pero el subconsciente -ya lo decía Freud- es incontrolable y a veces nos juega malas pasadas. Ignoro si el fugado catalán se considerará a sí mismo ibérico o si repudiará el pernil (cuit o salat), dada la peculiar idiosincrasia racial del sujeto.
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Me mueve a compasión lo austero y monótono de una dieta belga a base de mejillones y patatas fritas, tan lejos de los placeres de una gastronomía porcina a su alcance en cualquier lugar de Cataluña (butifarra, peus de porc, carn d’olla, trinxat, escudella...) Claro, que todo eso se lo podrían proporcionar sin sobrecoste en la cómoda prisión de Lledoners, de la que disfrutaron en régimen de semi-vacación algunos de los cómplices en el desaguisado del referéndum y la republiqueta de ocho segundos. La posterior escapada del honorable tuvo poco de honrosa, ocultándose cual rata en un maletero, y tal vez con el conocimiento y aquiescencia del Gobierno, por aquello que dijo Rajoy en su día acerca del enemigo que huye, el puente de plata y demás zarandajas.
En sus ansias de promocionar unilateralidades, y tras haber peregrinado por Europa participando en gozosos aquelarres independentistas, le tocó el turno a Cerdeña. Dicen que allí hay una potente colonia catalana que precisa ser redimida del yugo centralista italiano a golpe de sardana. Ni corto ni perezoso, el exalcalde de Gerona, en plan llanero solitario, se fue a montar la fiesta botellonera entre los nacionalistas sardos. No contaba con que, en medio de tanto despiste de órdenes y contraórdenes, algún funcionario de buena fe detectara su presencia y procediera a aplicar la ley deteniendo al huido.
A partir de ese momento, con el ágape ya dispuesto, el cava abierto y los castellers a punto de treparse unos sobre otros, retembló la tierra (como en La Palma) se oscureció el firmamento, se abrieron las esclusas de la jurisprudencia, se asustó el Gobierno: “¿A ver si nos lo van a repatriar precisamente ahora que estamos en plena mesa -no la de Irene- negociadora?”. Entre todos llegaron a la misma conclusión: “Aquí no pasó nada; que vuelva en buena hora a Waterloo”. Cada mochuelo a su olivo y Puigdemont, inmune, impune, pero no impecune, a disfrutar de esa vida muelle que, mal que nos pese, contribuimos a financiar. A sus peregrinos vasallos les faltó tiempo para correr a rendir pleitesía a este histriónico, patético y ridículo personaje. Como en la fábula de Fedro, “en vano canta la lira para el asno”. ¡Cuánta necedad acumulada en este país!
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