Se ha podido leer en los periódicos en las últimas semanas, sin que la noticia haya producido ningún temblor en ningún cimiento de ningún edificio. ... Una directora general de una comunidad autónoma dimitió cuando se hizo público que la tesis doctoral que había presentado en una universidad privada con el nombre de un célebre escritor contenía muchos párrafos copiados y no entrecomillados, algunos de autores de tan elevado nivel académico como la Wikipedia y el Rincón del Vago (reciban desde aquí, por cierto, un rendido homenaje los fundadores, salmantinos, de esta simpática web con más de veinte años de servicio). Para escarnio de todos, y en primer lugar de ella misma, al dimitir de su cargo indicó que no entendía por qué se había producido tal escándalo, considerando que dicha práctica era de lo más normal. Ciertamente, así debía ser en su entorno, pues poco después se supo que la misma tesis, en realidad un trabajillo de 113 páginas, había sido presentada y valorada con todos los honores por otra universidad, esta pública, la más grande de España, y firmada por otro autor, directivo de la misma universidad privada con nombre de escritor. De paso, se supo que quien presidió el tribunal de aquella tesis tan penosamente plagiaria, vicerrector a la sazón de la universidad privada que -lo han adivinado- lleva el nombre del célebre escritor, había “dirigido” veintiséis tesis doctorales en tres años sobre los temas más dispares. Se conoció también que entre los autores de las tesis tuteladas por este verdadero titán figuraban sagas familiares completas, en las que padres, hijos y hermanos se copiaban unos a otros con la comprensible alegría y generosidad que proporciona el cariño. Y finalmente se informó de que individuos que acababan de ser investidos doctores por este expeditivo procedimiento pasaron a ejercer enseguida como miembros de los tribunales que juzgaban las tesis de los que le seguían en la fila, cerrándose así un círculo en el que no se sabe qué admirar más, si la perduración en pleno siglo XXI de nuestra rica tradición picaresca o el desahogo colosal de todos los implicados en el caso.

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Es verdad que llueve sobre mojado pero, contra lo que indicaba la felizmente dimitida directora general, esta no es una práctica habitual en las universidades españolas. Y la inmensa mayoría de quienes acceden al título de doctor se lo ganan con un esfuerzo en el que emplean algunos de los mejores años de sus vidas. Precisamente por eso, porque es necesario preservar la dignidad de todos ellos, sorprende la ausencia de reacciones institucionales o la tibieza de las mismas ante este escándalo mayúsculo. No recuerdo haber leído que los partícipes en la componenda, algunos de ellos funcionarios públicos, hayan recibido la sanción administrativa que merecen quienes participan en un fraude. No recuerdo tampoco que se haya pronunciado al respecto la Conferencia de Rectores, en las que se sientan tanto los representantes del Ministerio de Educación como los rectores de las universidades. Ni creo que esté en marcha en ninguna parte una campaña de “tolerancia cero” frente a esta desvergüenza.

Por otro lado, no basta con constatar la excepcionalidad de estas actuaciones. También resulta preciso revisar los procedimientos que las universidades tienen establecidos para evitar estos desmanes y que, a la vista está, no lo consiguen. Al hacerlo, convendría combatir además la adulteración, esta mucho más frecuente, de lo que implica la obtención de la máxima cualificación académica. Porque también en nuestro entorno inmediato existen titanes y titanas capaces, al parecer, de dirigir tesis doctorales por docenas, alentados por su vanidad y por una presión ambiental que, últimamente, premia la cantidad sobre la calidad. Un contexto que tampoco es el más adecuado para mantener la tensión que debería asegurar, siempre, el elevado mérito académico exigible para la obtención del título de doctor.

Vayamos pues, decididamente, hacia un cambio en dichos procedimientos, que debería plantearse a nivel general e implantarse en todas partes. Lo exige el decoro de la institución universitaria y el respeto que merece el esfuerzo de la mayoría. Hagámoslo, sí, pero ¿quién? ¿hay algún gobierno que gobierne? ¿hay alguien ahí?

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