A las diez de mañana de ayer recibí la primera dosis de mi astracéneca sin más peaje que ver en los de mi misma ... edad, que aguardaban la vacunación, cómo les ha tratado el tiempo y cómo nos hemos tratado a nosotros mismos. Las comparaciones son odiosas, pero igualmente irresistibles. Mientras esperaba en la cola veía y comparaba, y también me sentía observado y comparado; y luego, cuando aquello se puso en movimiento, todo pasó y comencé a recordar las sensaciones de los conciertos vividos en ese Multiusos, hasta que llegaron las indicaciones de la organización que me plantaron en mi unidad de vacunación, donde Mari y Raquel, enfermeras, me abrieron las puertas con su pinchazo a la, llamemos, normalidad. Muchas gracias. Eran las diez de la mañana: Me concentré, entonces, en sentir posibles efectos secundarios, que también forman parte de nuestra realidad, por ejemplo, los de las elecciones madrileñas o los que traerá el ajuste que la Unión Europea nos reclama para que salgan las cuentas.
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Hoy es el Día de Europa, ya no hay estado de alarma y me acabo de vacunar en uno de los edificios del 2002, cuando fuimos Ciudad Europea de la Cultura, conocido como “Multiusos”, que no fue fácil de encajar en el terreno previsto para ello y hace honor a su nombre. Los efectos secundarios de aquella cita aún permanecen, aunque no seamos muy conscientes de ellos. Los de Madrid, nos van a acompañar una buena temporada. El golpista Mola, que dio su nombre a nuestro Paseo de la Estación, advirtió que todo hecho que se realice en Madrid se acepta como cosa consumada por la inmensa mayoría de los españoles; la cita es recordada por nuestro Javier Sánchez Zapatero en su “Arde Madrid” y sigue vigente casi un siglo después. Hoy se habla reiteradamente de cambio de ciclo y de extrapolar datos con una insistencia que aumenta la fatiga pandémica, que ha sido responsable del éxito de Isabel Díaz Ayuso. Quién lo diría, pero la última víctima de su seducción ha sido Francisco Igea, convencido ahora de que las campañas electorales se ganan en los bares, para los que anunció dinero el jueves pasado. Ya ocurría en los cafés y las tabernas del siglo XIX, así que el fenómeno no es nuevo. Salamanca es una ciudad de bares, de muchos bares, que son un espacio de transbordo entre el trabajo y el hogar, como ya he escrito. Un espacio social donde se conversa. Ciérrelos y tendrá una sociedad enferma y cabreada. Muy cabreada. Cuídelos y es probable que gane unas elecciones. Los socialistas, que nacieron en una taberna, tampoco lo vieron y están pagando su peaje por ello. Cuántos bares hay en la obra de Julio Llamazares, que estuvo el viernes en la literaria Plaza de San Boal, entre terrazas, con sus lectores. Lectores de una ciudad de libro.
Los peajes han unido a nuestros concejales. No así el museo municipal o museo de la ciudad, que me parecía una buena idea y tenía efectos secundarios positivos. No se aprobó en pleno. El abandonado edificio de las Adoratrices era un buen espacio para él, recuperando su huerto para jardín publico y en un emplazamiento espectacular. Vaya. Ahora, estamos pendientes del proyecto “Salamanca desaparecida”, que la concejala María Victoria Bermejo tiene en sus manos: no tenga prisa y cuide la idea al máximo, por favor. Poco a poco desaparece, se diluye en las vacunas la Salamanca del Coronavirus. He dicho poco a poco, así que aún hay que tener mucho cuidado. Ya sabe el peaje que se paga por una imprudencia en estos tiempos. Y deja efectos secundarios. De momento, feliz libertad.
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