Con la llegada de la primavera llega también el Día Mundial de la Poesía. Es a partir de ahora, una vez superados estos últimos e ... inesperados fríos invernales, cuando, al igual que los peregrinos del poeta Chaucer en Los Cuentos de Canterbury, las gentes se echarán a los caminos para disfrutar de la naturaleza, aspirar los aromas del campo y gozar del aire puro tras los forzosos confinamientos de la pandemia. Las viejas vías pecuarias que, mal que tal, conservan aún miles de kilómetros de su trazado, se ofrecen como una espléndida oportunidad de ejercicio, asueto y también de conocimiento. Muchas son las voces que se han alzado en defensa de los valores ecológicos de estos recorridos cañariegos y de sus ancestrales usos ganaderos. Me vienen a la mente nombres como Manuel Rodríguez Pascual, Santiago Bayón o la Fundación Oxígeno, que con sus publicaciones han resaltado los beneficios que los desplazamientos estacionales de la ganadería extensiva proporcionaron históricamente, y hasta qué punto fueron pioneros en el aprovechamiento de los ecosistemas con racionalidad, sostenibilidad y equilibrio ecológico.

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Los pastores mimaron durante siglos paisajes, entornos naturales y biodiversidad. Hoy, las cañadas y cordeles siguen siendo organismos vivos, merecedores de atención por parte de las instituciones encargadas de proteger la salud medioambiental. Esto implica cuidar esos espacios, asegurar su limpieza, combatir el abandono, velar para que no sufran invasiones e intrusiones urbanísticas, garantizar el cumplimiento de la Ley de Vías Pecuarias y, en resumen, mantener sus derechos en beneficio de todos, antes de que la inexorable pátina del tiempo acabe por difuminar el legado de los primitivos e históricos trazados. Estos caminos configuran toda una red de auténticos corredores verdes de gran aprovechamiento para usos tales como turismo ecológico, senderismo, cicloturismo, rutas a caballo y otras actividades lúdico-deportivas no motorizadas.

Son los mismos senderos que nuestros ancestros transitaron durante siglos, pertrechados de manta, zurrón y gancho, expuestos a todo tipo de inclemencias, arreando rebaños, hatajos y piaras en busca de pastizales en ese recorrido migratorio, cíclico, repetitivo, que fue la secular trashumancia. A poco curioso que sea el excursionista, aún podrá encontrar restos de corrales, chozos, ranchos de esquileo, ermitas, fuentes, abrevaderos, contaderos, descansaderos, mojones y otros muchos testimonios del oficio pastoril, una actividad merecedora de admiración, respeto y reconocimiento.

Creo que mediante políticas decididas y sin vanas demagogias, esa España que cada vez está más vacía podría albergar algún atisbo de esperanza para su imparable declive poblacional. Porque se trata de eso. ¿O solo de proteger al lobo?

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