Nos ha gustado de siempre echarnos al monte. El de la Orbada está ahí, con su pasado trágico entre pinares. El de Gargabete lo tenemos ... al lado, camino de Alba, con sus encinas. Desde casa podemos ver los Montalvos, con su pirulí telefónico y el antiguo sanatorio antituberculoso dedicado a Martínez Anido, que era un Billy el Niño de la época, monte por el que correría a los franceses Julián Sánchez, El Charro. Los de Guijuelo tiene su monte de Tonda, que es monte hornacero e ibérico, los de Cabrerizos el suyo de los Caenes, de tradición motera (cabra es un término motero) y cabrera (la cabra siempre tira al monte), y los de Monterrubio de la Armuña tienen por propio el del Viso, por ejemplo. Quien más y quien menos, desde La Armuña hasta la muralla serrana de Béjar, tiene un monte cerca al que echarse. Pero el aislamiento no nos deja hacerlo, al menos no a todos, desde hace ya dos meses. La primavera echada a perder, como quien dice, y ya veremos el verano.

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Si nos tirásemos al monte, como poetas locos, veríamos los campos verdes y moteados de flores, al gusto del añorado escritor Agustín Salgado. Los labradores no podrán reprochar este año nada a su patrono, San Isidro, salvo el ajuste de precios. No habrá este mayo fiesta isidril ni procesión que valga ni tampoco bendiciones de campos. Si triste y sola está la Fonseca salmantina no lo está menos el aulario universitario de san Isidro, donde nació LA GACETA hace casi cien años. Había sido iglesia y para entonces ya se había quemado su polémico cuadro un siglo antes, que retrataba como judíos a ascendientes de notables familias salmantinas, y no miro a nadie. Un escándalo. Y un escarnio. Y la gente insultándose con que si uno era o no del cuadro de San Isidro. La iglesia –en realidad de San Isidoro—dejó de serlo en 1886 por ruina para convertirse en sede carlista y de la Adoración Nocturna, cine, teatro, imprenta, catequesis... Ahí estaba el Padre Cámara para lo que hiciese falta, aunque resulta un milagro que el edificio continúe en pie con las ganas que le tenía el Ayuntamiento. Fue cochera o estación de autobuses antes que aulario universitario y después del arreglo de Genaro de No. De allí salieron los Auto Res a Madrid y otros coches para la provincia.

En resumen, la de San Isidro, como iglesia, le decía poco a los labradores y algo más a los universitarios; la de los agrarios era la ermita de Santa Bárbara, que estaba más allá de la Puerta de Zamora, terreno de eras y por lo tanto de labradores –de ahí la calle de las Eras—, que al final dieron nombre al barrio. Era una ermita propia, de armuñeses que ya estaba ahí un siglo antes de conquistarse Granada y descubrir América, que recogió en sus dibujos de edificios desaparecidos Joaquín de Vargas Aguirre. Lo curioso del caso es que hay un barrio de Labradores y otro de San Isidro, entre los de Delicias, “Prospe” y Rollo, que fue tierra de huertos hace mucho tiempo y surgió a la sombra del convento de las Siervas, sede de la parroquia isidril, pero, por si fuese poco lío, al santo del campo se le saca en procesión desde la iglesia de San Pablo, y el Sindicato de Frutos y Productos Agrícolas del franquismo vino a vincular al gremio agrario, que reunía a agricultores y hortelanos, a la cofradía del Huerto de los Olivos con sede en las Úrsulas. En fin, no sé si todo el monte es orégano, y ahora mismo no puedo comprobarlo, porque no me dejan echarme al monte, pero el patrono del campo campa a sus anchas por Salamanca con una cierta anarquía. Felicidades a todos los Isidros y las gentes del campo en tan señalado día.

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