A Rajoy le molestaba mucho que le recordaran la figura de don Tancredo. El ex presidente se enervaba cada vez que alguien le nombraba al valenciano, que se inventó aquel lance a finales del siglo XIX. Don Tancredo López Martín recibía a los toros a ... su salida de chiqueros, subido en un pedestal, con los brazos cruzados y completamente inmóvil. La mayoría de las veces el toro pasaba de largo porque a falta de movimiento, no había nada que le llamara la atención. Otras el animal se paraba a olisquear al hombre quieto y, afortunadamente, las menos el toro descubría el engaño y le daba un revolcón que pocas veces acabó en cornada. El humilde taurino, que antes había sido albañil, consagró el inmovilismo como un arte con el que ganarse la vida.
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Rajoy acabó convirtiendo esa actitud, de desgastar al enemigo con la inacción, en una forma de hacer política. Para él la falta de movimiento, a veces, significaba firmeza y nunca la pasividad que sus enemigos le achacaban. De hecho, en su último libro explica que utilizó esa parálisis como respuesta a los que le pedían el rescate de España. “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión y eso es también una decisión”, les dijo una vez a sus diputados, en un alarde de Marianismo puro.
Quién nos iba a decir que unos años después su sucesor, solo en el Palacio de la Moncloa, iba a intentar la misma suerte con una pandemia que exige justo lo contrario, coger al toro por los cuernos. Sánchez ha resucitado la inacción como estrategia, pero en su versión más pasiva e indolente. El presidente se ha tapado en el burladero de la co-gobernanza para que sean las comunidades las que lidien con las restricciones, mientras él busca el aplauso de las vacunas, que llegan desde Bruselas, y de los fondos europeos, que vienen del mismo sitio. De esa forma, parece que participa en la lidia, mientras evita mancharse el traje restringiendo derechos o marcando horarios.
El sucedáneo de don Tancredo ha quedado más al descubierto tras el fin del Estado de Alarma. Sánchez no ha movido un solo dedo para cumplir su promesa de hacer una ley que regule el vacío legal que tenemos ahora. Don Tanpedro se ha limitado, otra vez, a tirarle los trastos a las Comunidades y a los jueces, para que toreen ellos la pandemia, aunque no les corresponda. Y encima, la cornada de las urnas en Madrid le ha quitado definitivamente las ganas de pisar el albero.
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Se equivocaba Rajoy rechazando la comparación con don Tancredo, porque aquel valenciano tenía mucho valor al quedarse quieto delante de los toros. El inmovilismo solo es un lastre cuando se usa para evitar los problemas. Y esa es la posición que ha adoptado Sánchez en su adaptación del personaje. Se ha tapado detrás del burladero, se ha cruzado de brazos y solo espera a que el toro pase de largo. Menudo espectáculo el de don Tanpedro.
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