La poesía acaba de tener un singular protagonismo, en saludable contraste con el tráfago preelectoral tan rasposamente prosaico. Cada 21 de marzo, con motivo del ... equinoccio de primavera, se conmemora el Día Mundial de la Poesía, celebración que tuvo su origen en el año 1999. Desde entonces, en todo el mundo se programan multitud de actividades relacionadas con ella. Aunque la poesía, a decir verdad, habite en todas las estaciones y a todas las convierta en primaverales. O por decirlo con palabras de Irina Bokova, directora general de la UNESCO, es una ventana abierta a la excepcional diversidad de la Humanidad.
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La poesía se ha acercado cada vez más a la realidad. Los poetas constituyen el puente, la argamasa que engarza el universo poético con el mundo contemporáneo. En su famosa “Defensa de la poesía” el romántico Shelley aventuraba la idea de que los poetas eran los legisladores del mundo, aunque a la sociedad le costara trabajo reconocerlos como tales. La poesía no duerme entre el polvo de las hojas de los libros, sino que está viva, en permanente movimiento, en un sempiterno renacer. No estudiamos a los clásicos sólo para ver qué han dicho, sino para saber qué siguen diciéndonos hoy, porque, en realidad, no están momificados, sino vivos.
La poesía no es un lujo. Es un acto de paz que llega a los corazones, como diría Neruda. O como la definía Mario Benedetti, es el alma del mundo. En tanto en cuanto patrimonio del pasado, realidad del presente y esperanza del futuro, la poesía entronca plenamente con el espíritu de solidaridad que anida en otros afanes del ser humano en momentos de crisis como el actual. En este sentido, comparte, por poner un ejemplo, los mismos intereses que subyacen a otras cuestiones que yo también consideraría parte de un gran poema colectivo, tales como en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible o el Acuerdo de París para el Cambio Climático. ¿Por qué no? El propio Benedetti cita al nicaragüense Joaquín Pasos: “Somos la tierra presente, vegetal y podrida”.
Sin duda, la mejor forma de honrar la poesía en una fecha tan señalada sería escribiendo un poema. Pero no todos hemos sido llamados para ello, aunque haya un buen puñado de escogidos. Alguien le preguntó al chileno Gonzalo Rojas el método seguido para escribir una poesía tan extraordinaria: “Demorándome”, contestó. En el apresurado mundo actual pocos podrán permitirse el lujo de “demorarse”, pero lo que está claro es que las prisas no son buenas para nada. Y menos para escribir textos poéticos. Es cierto que contra el aburrimiento de esta sociedad existen abundantes mecanismos de ocio, pero no creo que de ellos se pueda extraer poesía. Sin embargo, Bergamín decía que el aburrimiento de la ostra produce perlas. No perdamos, pues, la esperanza.
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