Todos los días son días de algo. Los hay para todos los gustos, unos más pertinentes y adecuados y otros, como el día internacional del ... huevo o el día del orgullo zombie, por ejemplo, vienen a ser celebraciones absurdas que no pasan de meras ocurrencias.
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Hasta los argentinos tuvieron hace un par de semanas el día internacional del dulce de leche, y este mismo mes (el día 13 para ser exactos) se conmemoró el llamado No bra day, o sea, el día sin sujetador. No falta lugar en el mundo o fecha en el calendario en la que no se festejen gansadas que de este modo consagran su pequeño momento oficial de gloria. Lo que me gustaría saber es de qué cabezas pensantes salen tales efemérides.
Mañana, día 24, será un día mucho más serio, y por ello deberíamos prestarle toda nuestra atención. Es el día internacional de las bibliotecas. Sí, las bibliotecas, esos lugares en los que se acumulan unos objetos llamados libros que, a decir de algún agorero, no tardarán en desaparecer arrastrados por el imparable torrente de las novedosas tecnologías que apuntan a revolucionarias transformaciones.
Los libros, como decía Borges, son extensiones de la imaginación y la memoria. Hoy podemos elegir entre leer en papel o en pantalla. Se trata de modelos distintos, válidos ambos si el resultado final es lo que tiene que ser: la lectura.
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A nuevos tiempos, nuevos paradigmas, novedosos soportes digitales. Con todo, y a pesar del avance de la electrónica, los índices de lectura en España son desoladores, lo cual revela un escaso apego por la letra impresa, ante lo que me atrevería a aconsejar, en tiempos de restricciones energéticas, apagar la tele y encender la mente.
Los libros pueden llegar a ser objetos artísticos, de culto, idolatrados por bibliófilos. Los hay que encierran entre sus tapas textos considerados sagrados y, como tales, merecedores de la mayor veneración y del máximo respeto. Paradójicamente, la posesión y lectura de obras tildadas de heterodoxas ha provocado no pocas barbaridades tanto en tiempos pretéritos como, por desgracia, en los actuales. Transcurridos ya más de cinco mil años desde las primeras tablillas, papiros y códices medievales, los diferentes formatos ilustran el discurrir de la cultura a lo largo de la historia de la humanidad.
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En Salamanca hay muy buenas bibliotecas. No me refiero solo a las universitarias, sino también a las de titularidad pública, ya sea autonómica o municipal. Todas ellas están bien surtidas y profesionalmente gestionadas.
Son lugares de acogida, de solaz, de estudio, de enriquecimiento intelectual. Esta semana el vicio de la lectura alcanza a las librerías de antiguo y ocasión, y cada día a las bibliotecas ambulantes que recorren los caminos del mundo rural. Todo nos lleva, pues, a abrir mañana un libro. Y leerlo.
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