Como ha escrito el catedrático que fue rector de la Complutense, Rafael Puyol, “las inversiones necesarias para retener población y mucho más para recuperarla son ... de tal cuantía que no cabe esperar resultados espectaculares, por muy deseables que sean. Vender el mensaje es fácil. Hacerlo realidad mucho más difícil”.

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Yo prefiero el adjetivo España despoblada, porque vaciada hace suponer una intencionalidad malvada. Y no hubo nunca una política deliberada con esa finalidad. Si las áreas rurales han ido perdiendo población es porque en una buena parte del agro español los recursos económicos disponibles no permitieron unas condiciones de vida dignas.

Es necesario asegurar la conectividad territorial, el desarrollo de nuevas actividades no vinculadas al sector agrario, la mejora de los servicios de educación y sanidad, disposiciones políticas para favorecer el emprendimiento o la tramitación de nuevos negocios, la concesión de beneficios fiscales, etc., pero soy muy pesimista respecto a la posibilidad de dar una vuelta atrás. Lo único que se puede conseguir es que las personas que las habitan no se acaben marchando. Es necesario suministrarles los medios que les permitan unas condiciones de vida dignas, pero no esperemos milagros.

El Gobierno insiste en señalar la despoblación como el único problema demográfico olvidando sistemáticamente el gran problema, que no es otro que la bajísima fecundidad que soporta nuestro país. Hace mucho tiempo que resulta necesaria una política de ayuda familiar que limite el retroceso de la bajísima tasa de fecundidad que en 2019 estaba ya en 1,24 hijos por mujer y que la pandemia redujo hasta 1,19 en 2020. Para poder mantener la población es necesario llegar a 2,1 hijos por mujer.

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Lo que poca gente sabe es que el creciente número de viejos en España se debe a la bajísima mortalidad de la cual disfrutamos en nuestro país, pero la evolución de la tasa de envejecimiento (habitantes con 65 años o más sobre el total de la población) depende de la evolución de la fecundidad y, en menor medida, de la inmigración y para nada de la evolución de lo mortalidad. Lo escribió Alfred Sauvy: “Crecer o envejecer”. El profesor Puyol tiene razón cuando escribe:

“Es hora ya de pasar de los diagnósticos –que ya tenemos– y de las buenas intenciones –que nos sobran– a los hechos –que nos faltan–”.

Este Gobierno jamás mencionará como problema la baja fecundidad. ¿Y eso por qué? Pregúntese a Irene Montero y a sus mariachis.

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