He conseguido hora para la peluquería en un momento en el que la ciudadanía pone orden en su cabeza y sus cabellos. Será una cita ... rara por las mascarillas, los guantes, la ausencia de revistas y clientes en espera... pero una cita necesaria. Era mirarme al espejo después de salir de la cama y recibir el susto de mi vida como si el que estuviese enfrente fuera Fernando Simón suspendiéndome o el náufrago Fernando Castaño, concejal de Turismo, ahora de espesas barbas. Las cejas, rebasando sus límites naturales y salientes como una tenada, y los pelos en diáspora, como si quisieran salir disparados hacia todas partes. Luego, cuando el agua fijaba y el peine disciplinaba llevando cada pelo a su redil, el asunto mejoraba considerablemente, debo decir, aunque su largo ganase al de la melena de Felipe V en sus medallones de la Plaza Mayor, cuya construcción, por cierto, comenzó el 10 de mayo de 1729, o sea, un día como hoy, y así lo pone en la inscripción del Pabellón Real junto al retrato de Fernando III, el Santo. Solía celebrarse cada aniversario, mientras duró la construcción, con aceitunas y vino para los obreros. Aperitivo, lo llamamos hoy y lo echamos de menos en una terraza placera. Es obligado recordar la obra en tres partes sobre la Plaza Mayor publicada en 2005 por empeño de Alberto Estella, y los libros placeros de Guzmán Gombáu Guerra, Enrique de Sena, Ramón Grande del Brío y sobre todo Alfonso Rodríguez Gutiérrez de Ceballos.

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Ahora que todos somos anónimos, por la mascarilla –incluidos los que esperan estos días en la cola un helado ante el Novelty—, el peinado y los ojos se convierten en una parte destacada de nuestra identidad –no paro de recordar “No mires a los ojos de la gente” de Golpes Bajos— que a veces ocultamos tras las gafas de sol, de ahí la importancia de poner en su lugar a nuestros pelos y seguir haciendo lo propio con nuestra cabeza hasta que el comercio y la hostelería abran y volvamos a nuestro ser, que vivirá, entonces, en un entorno diferente: la “nueva normalidad”, que es un término contradictorio, ha escrito el leonés Julio Llamazares. Hoy estamos desfasados, no hemos pasado a la fase siguiente –no lo habíamos pedido y Salvador Illa, con su triste figura, no lo habría permitido—pero dejamos atrás el mundo que conocimos y vamos a otro más virtual, doméstico y asocial. Un encuentro en la tercera fase. Ahí tiene, como ejemplos, la edición de este año de la Feria Municipal del Libro en Youtube, el auge de los chicos de los recados y riders trayendo todo a casa, y la imposición de la distancia social, que siempre evoca aquel clásico de Roberto Cantoral, “La Barca”, inmortalizada por Los Panchos, que proclama que la distancia es el olvido, una distancia que se acrecienta entre Ayuso y Aguado, PP y Cs, en Madrid, dando forma a un culebrón que promete emociones muy fuertes, dignas de un Sálvame, donde encontramos a la paisana Inés Arrimadas vapuleada y elogiada a la vez en la prensa madrileña, y que puede poner el actual estado de las cosas patas arriba y a muchos con los pelos de punta. También podríamos añadir la cola, como nuevo orden social, en el encuentro con la tercera fase.

La Feria Municipal del Libro de este año la inauguró virtualmente el alcalde, Carlos García Carbayo, hablando de reinvención y apelando a la libertad que nos dan las letras. Creo que eso es tener la cabeza en su sitio, que, en estos tiempos, no es algo corriente.

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